lunes, 20 de junio de 2011

SIRIA, LA REVOLUCIÓN QUE DA MIEDO

SIRIA, LE REVOLUCIÓN QUE DA MIEDO

Romper el equilibrio de poder del régimen es de resultados imprevisibles

Antonio Sánchez-Gijón.- No pasan los años por Bashar el-Assad. Su discurso de ayer en la universidad de Damasco, cuyo anuncio había creado una expectación mundial, no es más que un eco de los que pronunció después de tomar posesión del poder, en sucesión de su padre, en el año 2000. Entonces, vino primero lo que parecía la “primavera de Damasco”, pero pronto llegó el invierno de  la defraudación.
Veamos al Assad “primaveral”: la idea-fuerza del comienzo de su presidencia era “desarrollo por medio de la estabilidad”. Creía así poder sintetizar los discursos contradictorios de las fuerzas del régimen. Mientras la vieja guardia se decantaba por la estabilidad (se entiende, el inmovilismo), la nueva insistía en el desarrollo como factor de modernización de una sociedad muy atrasada. A la “vieja guardia” pertenecía el ministro de Defensa, Mustafá Tlass, quien dijo en 2001: “tomamos el poder con nuestra sangre y no vamos a dejar que nadie nos lo arrebate, porque viene de la boca del fusil, y nosotros somos su dueño”.  La “nueva guardia” eran los 80.000 nuevos cuadros del partido baaz que se colocaron en las estructuras del estado cuando en marzo del 2002, Assad decretó que todos los empleados públicos de más de sesenta años pasasen al retiro. Así pudo el nuevo presidente dotarse de una base “popular” propia, distinta de la de su padre.
La dialéctica del ayer resonó en el discurso de este lunes: “No puede haber desarrollo sin estabilidad, y tampoco reforma por medio del vandalismo”, dijo el-Assad en la sentencia identificada como la más expresiva de su discurso. Por otra parte, la llamada que hizo en el 2000 a “pensar democráticamente” es el “diálogo” que ofreció ayer a más de cien personalidades, a las que no nombró.
Puede que Assad pensara en las personalidades liberales y líderes islamistas y kurdos, que en 2005 firmaron la Declaración de Damasco, que pedía “la apertura de canales para un diálogo nacional comprehensivo y equitativo entre todos los componentes y grupos sociales, políticos y económicos del pueblo sirio”. Muchos de sus firmantes habían pasado largos años en prisión bajo Assad padre, y aunque Assad hijo liberó algunos, pronto los metió de nuevo entre rejas, para liberarlos de nuevo en 2010, y volver a enjaular a uno de ellos al menos, el periodista Fayez Sara, este pasado domingo.
La respuesta que las fuerzas de oposición reunidas en Turquía durante las revueltas han dado al discurso presidencial no ha podido ser más negativa. Su portavoz anunció el mismo lunes del discurso “la creación de un consejo nacional para conducir la revolución siria, comprendiendo todas las comunidades y representantes de las fuerzas nacionales dentro y fuera de Siria”, cuyo fin es “derribar el gobierno y llevarlo ante la justicia”.
Si la oferta de diálogo de Assad puede que haya llegado demasiado tarde, lo que ya está aquí es el deterioro de la economía, insinuado en el discurso de Assad: “Lo más peligroso con que nos enfrentaremos – dijo - en el periodo que comienza, es la debilidad o el colapso de la economía siria”. En realidad, su deterioro es uno de los coadyuvantes a la rebelión social. Siria se halla en una situación de déficit de alimentos por dos malas cosechas; sólo los subsidios de los estados ricos del Golfo permiten las importaciones suficientes de trigo. La balanza del petróleo es ahora negativa, y el diesel ha estado durante mucho tiempo fuertemente subsidiado, debilitando así las reservas; recientemente se redujeron los subsidios, lo que puede haber contribuido a la protesta popular. Los refugiados iraquíes de años pasados, o ya se han gastado sus ahorros o han vuelto a su país. La economía, que en años anteriores tuvo crecimientos moderados (4-5%), pero insuficientes para dar empleo a una población mayoritariamente joven, se estancó en 2010, en parte debido a la sequía de cinco años en el este del país, que empobreció a 800.000 campesinos, según estimaciones de un informe de las Naciones Unidas del 2010. El turismo, que estaba en auge, y en el 2010 había producido ingresos por $7.000 millones, está ahora arruinado. Las arcas del estado se van a ver vaciadas por el aumento del 30% de media de los salarios públicos, decretado por el presidente al comienzo de la revuelta.
La frustración más fuerte que la “nueva guardia” del régimen ha sufrido es, posiblemente, la transformación de una economía industrial basada en el monopolio estatal en otra de tipo de “capitalismo corrupto”, al servicio de la familia de Assad y de prohombres del régimen, del partido y de las fuerzas armadas.
Todo este cuadro debe verse sobre dos telones de fondo. El primero de ellos es interno, y representa el equilibrio dentro de la peculiar estructura de poder del régimen. El partido baaz tiene su poder consagrado en la constitución, y trata de revestirse de cierta legitimidad dentro de un Frente Nacional Progresivo, en que entran como fuerzas minoritarias algunos partidos insignificantes y personalidades de algún relieve de las profesiones y de las clases mercantiles de Damasco, Aleppo y otras ciudades. Jueces, rectores de universidad, etc., son nombrados por el presidente. Sin embargo, todo ese aparato no es más que la osatura del estado y de la administración. El músculo está en las fuerzas armadas. Y en el puesto de mando de éstas hallamos la minoría alauita, a la que pertenece el presidente. Aunque los alauitas representan posiblemente (no se hacen censos étnicos) el 7% de la población, ocupan un lugar clave de equilibrio entre las otras minorías (cristianos, kurdos, drusos, chiitas) y la mayoría sunnita, posiblemente más del 75% de la población. Esta posición de los alauitas no es del todo repudiada por los demás sectores, pues al menos asegura un mano fuerte sobre sectas muy banderizas, que recurrieron históricamente a la violencia para dirimir sus disputas. Esta unidad bajo puño de hierro ha asegurado cierta influencia de Siria en la escena internacional. A la pregunta de cómo los alauitas se superpusieron a las otras etnias dentro de las fuerzas armadas, lo responderé con el boletín de inteligencia Stratfor: fueron los franceses quienes en el periodo colonial los auparon al ejército, como medio de contrarrestar la influencia de los sunies nacionalistas del alto mando del ejército colonial. Bastantes años después se auparon a los cuadros del partido nacionalista y socialista Baaz. Con la combinación ejército-partido Hafez el-Assad pudo dar su golpe de estado de 1970 y conformar una quasi-estructura constitucional para la dominación alauita. El 70% de los 200.000 soldados profesionales del ejército son alauitas, lo mismo que el 80% de los oficiales. Los 300 .000 reclutas son en su mayoría sunitas. Los pilotos de aviación son sunitas pero su mantenimiento y comunicaciones están en manos alauitas.
El segundo telón de fondo es el internacional. Todos los vecinos de Siria temen tanto la revolución como el inestable status quo actual. Un nuevo reparto del poder supondría la ruptura de la posición de los alauitas, y estos los cambios en Siria suelen ser sangrientos. Los países vecinos no se hallaban hasta ahora particularmente disgustados con la situación que ya ha entrado en crisis: Israel convivía con Siria sin necesidad de relacionarse; Líbano no puede vivir sin Siria ni con Siria, como siempre; Turquía tenía pacificado el problema kurdo mediante las relaciones estrechas que el primer ministro Erdogan había establecido con Assad, y comerciaban intensamente. Irán contaba con un aliado para sus tejemanejes en Líbano y Palestina. Más lejos aún, los Estados Unidos habían puesto grandes esperanzas en la labor del nuevo embajador, enviado a Damasco en el 2010, para un diálogo y colaboración en materia de seguridad global y paz con Israel. Francia cortejaba a al-Assad para su proyecto de Unión Mediterránea, y esperaba conseguir para Siria un acuerdo de asociación con la Unión Europea.
La liquidación por derribo del régimen de Assad asusta a todos. Y todos elevan preces para que el diálogo que ofreció ayer el Assad y el que exigen los opositores lleguen a hablar el mismo lenguaje. Lo que se halla muy lejos de estar asegurado.

Antonio Sánchez-Gijón es analista de asuntos internacionales.

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