miércoles, 31 de agosto de 2011

UCRANIA, VEINTE AÑOS DE INDEPENDENCIA

Publicado el lunes 29 de agosto de 2011
Antonio Sánchez-Gijón.– Este 24 de agosto los ucranianos celebraron el vigésimo aniversario de su independencia. Apenas unos pocos medios de comunicación occidentales se han acordado de la efemérides. No habría sido así hace tres o cuatro años: entonces Ucrania estaba en la órbita de Occidente. Hoy está en la órbita de Rusia. Todos somos conscientes de que Europa no está para ambiciones geopolíticas. En 2004, el ex-aparatchik Victor Yanukovich ganó una elección presidencial amañada, lo que provocó la "revolución naranja", liderada por Victor Yuschenko. Elegido presidente, Yuschenko se acercó a la OTAN y a la Unión Europea. La Alianza Atlántica le abrió las puertas; la Unión, que siempre ha preferido que la OTAN vaya por delante, aguardó un tiempo prudencial, quizás demasiado prudencial. Pues bien, ahora ni OTAN ni UE. Lo mejor que se puede esperar de Ucrania es que se mantenga lo más independiente de Rusia que le sea posible.

Yuschenko fue un presidente débil, debilitado aún más por las disputas con la que fue durante algunos años su primera ministra, Yulia Timoshenko. Yuschenko se abrió a Europa; por ejemplo, suprimió para los ciudadanos de la UE el visado de entrada en Ucrania, sin exigir reciprocidad. Esta incondicionalidad estimuló a la opinión pro-rusa de Ucrania, especialmente localizada en el Oriente industrializado del país, a envolverse en la bandera del patriotismo. La primera ministra resistió las tensiones entre Occidente y Rusia, características de la equívoca posición geopolítica de Ucrania: se opuso a la condena de la intervención de Rusia en la guerra de Osetia del Sur-Georgia, deseada por Yuschenko, pero se acercó a George Bush y después a la secretaria de Estado Hillary Clinton.

En la elección presidencial a segunda vuelta de 7 de febrero del 2010 el ex-presidente Yanukovich recuperó la presidencia, con una victoria por estrecho margen sobre Timoschenko. Yuschenko, el hombre de Europa, obtuvo poco más del 5% de los votos. Volvía, pues, con toda la fuerza el hombre por el que apostaba Moscú.

Rusia volvió a gozar de vara alta en Kiev. La prensa favorable al presidente presenta la nueva situación como una política de no alineación. Teóricamente, se mantienen algunos lazos de colaboración con la Alianza Atlántica, y la entrada futura en la Unión Europea sigue siendo política oficial del presidente y de su primer ministro, Mykola Azarov, nacido ruso y nacionalizado ucraniano.

El golpe de timón pro-ruso ha quedado consagrado recientemente por la extensión del arrendamiento de las bases navales de Crimea, que había de caducar en 2017. Por el nuevo acuerdo, de abril del 2010, Rusia gozará de esas bases hasta 2042. A cambio, Ucrania recibirá precios favorables en el suministro de gas natural ruso.
Entrada en la Unión Europea

Las expectativas de ingreso en la Unión Europea son muy reducidas, y no sólo por culpa del "no alineado" Yanukovich. En efecto, nunca hubo una acogida calurosa en Bruselas a los anhelos europeístas de Yuschenko. Europa se había sentido obligada a aceptar en la Unión a los países que habían sido sojuzgados por la Unión Soviética, pero no quería asumir responsabilidad respecto de Ucrania, puesto que había sido parte de la propia URSS.

La política de la Unión para con Ucrania fue formulada en 2000 por el presidente de la Comisión, Romano Prodi. Se abriría con Ucrania una agenda con tres fines: concederle un estatuto de asociación; negociar a largo plazo una zona de libre comercio, y conceder el libre acceso de los naturales de Ucrania a la Unión por breves periodos.

Estas modestas ventajas, sin embargo, no constituyen las únicas alternativas que se le ofrecen a Ucrania. El país goza ya de una zona de libre cambio con Rusia y con la Comunidad de Estados Independientes, junto con Bielorusia y Kazakstán.

Hasta qué punto estas orientaciones básicas de naturaleza geopolítica son definitivas, no está claro. Muchos piensan que la política de no alineación de Yanukovich es un compás de espera para el momento en que la Unión se muestre en condiciones políticas y económicas de ayudar a un país tan grande como Ucrania (la misma población que España, cien mil km. cuadrados mayor) a integrarse. O viceversa, que Ucrania esté en condiciones de hacerlo, cuando acredite que posee instituciones democráticas y que en el país rige el estado de derecho. El cuerpo político de Ucrania padece un alto grado de corrupción.

El mal afecta especialmente a la judicatura. El parlamento está lleno de hombres de negocios, algunos de ellos multimillonarios que en él cultivan amorosamente sus intereses. La detención y el juicio abierto contra Yulia Timoshenko por supuesta extralimitación de sus funciones en su contrato del gas con Rusia en 2009 no engaña a nadie: se trata de un juicio político, abierto por políticos. Los grupos mediáticos principales están en manos de amigos del gobierno. La minoría tátara de Crimea sufre persecución, en sus personas y propiedades. Las fundaciones de derechos humanos no son bienvenidas en la Ucrania de Yanukovich.

Mientras la Unión Europea no invite a Ucrania a integrarse será muy difícil rectificar su marasmo institucional por medio de rigurosas exigencias de reforma. Es lo que está haciendo una misión del Fondo Monetario Internacional en el plano de la economía. Entretanto, Ucrania se mirará cada vez más en los ojos de Rusia y su capitalismo de compinches. Rusia está interesada en reunificar en lo posible la industria militar de los dos países, herederas de la Unión Soviética. Si hace veinte años la independencia respecto de Rusia era apoyada por el 90 por ciento de la población, hoy sólo la suscribe el 50% de los ucranianos.

Es urgente que la Unión Europea ponga de nuevo los ojos en Ucrania. Su gran población, su vastedad física, sus inmensos recursos agrícolas y su potencial industrial, así como su posición geopolítica sobre el mar Negro y su vecindad con los países de la frontera este de la Unión, hacen del acercamiento con Ucrania un imperativo político al tiempo que una oportunidad económica.

EE-UU-CHINA, LA ESTABILIDAD COMO DOGMA

Publicado en Capìtal Madrid.com, el 19 de agosto de 2011
Antonio Sánchez-Gijón.- La extraña leyenda del amor entre la gran dictadura socialista de Asia y la gran democracia capitalista de Norteamérica tiene un capítulo nuevo que dice así: “…y llegó a Pekín el vicepresidente de los Estados Unidos, Joe Biden y pronunció el ábrete sésamo que siempre te ganará el corazón del emperador chino: “estabilidad”. Primero la invocó ante los medios que le acompañaban; luego en su conversación con el vicepresidente chino Xi Jinping: “Estoy absolutamente seguro de que la estabilidad económica del mundo depende en gran parte de la cooperación entre los Estados Unidos y China”. Y remachó más tarde: esa colaboración “es, desde mi punto de vista, la clave de la estabilidad mundial”.

Llegaba Biden a China para dos objetivos: familiarizarse con el futuro presidente y secretario general del partido comunista chino, Xi Jinping, así como con el que será sin duda próximo primer ministro, Li Kegiang (quienes serán designados a finales del 2012 para suceder respectivamente al presidente Hu Jintao y al primer ministro Wen Jiabao) y tratar de transmitir tranquilidad a los gobernantes chinos sobre la posición del dólar como principal moneda de reserva del mundo, en momentos en que el presidente Obama se halla bajo presión mundial para que la Reserva Federal inyecte liquidez en dólares a la flaqueante economía norteamericana, y contribuya a impedir que la del mundo caiga en recesión, lo cual, sin embargo, produciría una desvalorización de las reservas chinas en dólares ($1,2 billones), y la consiguiente revalorización del renmimbi y pérdida consiguiente de la competitividad de las exportaciones.

La palabra “estabilidad”representa la idea-fuerza que ha guiado a China desde los años ochenta. Nadie la expresó mejor que el padre de su modernización, Deng Xiaoping, cuando vio que el mundo al que estaba habituada la China comunista, la de una constelación de países socialistas más o menos amigos, más o menos hostiles, empezó a derrumbarse a finales de 1989: “En la presente situación internacional, toda la atención del enemigo se concentrará en China. Y usará cualquier pretexto para causarnos problemas, para crearnos dificultades y presionarnos. (Por tanto China) necesita estabilidad, estabilidad y todavía más estabilidad”. Esta era también la forma en que Deng trataba de justificar la brutal represión que había desencadenado meses antes (junio de 1989) contra las protestas masivas que terminaron con la matanza de la plaza de Tian Anmen, y que podían desembocar, según él, en una guerra civil. “La inestabilidad de China causaría la inestabilidad del mundo, lo que podría implicar a las grandes potencias”, le explicó años después a Henry Kissinger. Para él, la filosofía materialista se sintetizaba en una breve sentencia: “el desarrollo es el principio absoluto”.

La visita de Biden ha sido precedida por una sintomática campaña de la prensa china encareciendo las virtudes de las reformas a largo plazo, la reducción de los déficits, el ahorro y la creación de puestos de trabajo. El director de la agencia china de calificación Dagong, Guan Jianzhong, declaró recientemente a Der Spiegel que “el potencial de desarrollo económico, así como los ingresos y los gastos de su economía (de los Estados Unidos) están teniendo unos rendimientos muy pobres”. Lo que para China representó en su día el dogma supremo de estabilidad político-social interna, hoy lo representa al parecer la estabilidad del dólar. De ahí el susto de las autoridades chinas cuando vieron recientemente a los Estados Unidos bordear el abismo del “default” de las cuentas públicas norteamericanas. Pero como se preguntaba recientemente Georges Soros, ¿qué contribución está haciendo China a la estabilidad de la economía mundial? Muy poco. Por ejemplo, ¿qué efecto puede causar en los equilibrios mundiales una economía china que ha crecido en el último año a un 9,5% mientras el resto de las economías industriales se empantanan en el 1% o 2%?

Es probable que los chinos respondan que ya están contribuyendo a la economía mundial dejando que el renmimbi se revalúe lentamente, lo que puede haber contribuido a que las exportaciones norteamericanas a China crecieran más rápidamente que a ningún otro bloque económico en el último año, aunque con un volumen total poco acorde con la magnitud de las primeras economías del mundo: poco más de $100.000 millones. También las cifras de las reservas chinas en dólares deben relativizarse de acuerdo con los volúmenes globales: con una deuda pública de Estados Unidos, de 13 o 14 billones de dólares, los títulos detentados por China son algo menos del 10%, aunque quizás representan la cuarta parte del total de reservas de China. Pero son unas reservas que no paran de crecer; por ejemplo, $153.000 millones en el segundo trimestre del año.

¡Una bicicleta con ruedas!
La estabilidad puede convertirse en una trampa para China. Al parecer, no hay quien mueva a la sociedad china a que consuma más y no ahorre tanto. Quizás una elevación de las aspiraciones sociales y materiales, que tanto tienen que ver con las expectativas políticas, ayudaría bastante. Pero la aparición en fuerza de demandas populares de bienestar correría el peligro de ser vista como una amenaza a la estabilidad política. El liderazgo chino parece metido en un círculo vicioso pero no muestra la audacia necesaria para reformular el principio de estabilidad de forma distinta a como lo hizo en su día Deng Xiaoping.

Afortunadamente, nada de estas alternativas parece implicar, por ahora, un riesgo estratégico. La apenas formalizada relación de seguridad entre China y los Estados Unidos no presenta alteraciones alarmantes..., de momento. Mucho se ha querido ver en la reciente entrada en servicio del primer portaviones chino, un viejo casco de origen ucraniano reconstruido. De más alcance es el desarrollo de misiles antinavales de largo alcance, que pueden dar alguna inquietud a la VII flota norteamericana y su enorme poderío aeronaval. Mucho se ha hablado también de los cálculos chinos para construir en la costa pakistaní una base naval, que ayude a la marina a proyectarse sobre el Índico y los estrechos del sudeste de Asia, por donde pasan suministros vitales. En este sentido, hay que prestar atención a formas latentes de hegemonismo sobre el mar del Sur de China, y sus pretensiones sobre las islas Spratly y Paracelso. Pero quizás aquí también se aplica el dogma de la estabilidad, que una reivindicación abierta podría romper. Del mismo modo, no se espera que el suministro de unas escuadrillas de aviones F-16 de nueva generación a Taiwán vayan a envenenar el consenso en materia de seguridad entre China y los Estados Unidos, también establecido en la época de Deng.

Nada de esto importa ahora. Lo que contaría, por lo menos desde el punto de vista de los Estados Unidos, es lo que Henry Kissinger postuló hace algo más de un año: los Estados Unidos y China deberían entrar en un ciclo económico en que el consumo de uno alimentase la producción y las exportaciones del otro, para a continuación cambiar el sillín. Al fin y al cabo, la estabilidad sólo se consigue dándole vueltas a unas ruedas…

lunes, 22 de agosto de 2011

OTRA CRISIS DE LIDERAZGO EN JAPÓN

Se produce en el momento más inoportuno cuando la economía se recupera


Antonio Sánchez-Gijón.– La recuperación de Japón después del terremoto, el tsunami y el desastre nuclear de Fukushima va viento en popa: la producción fabril creció 3,9% en junio, y el cálculo para julio es del 2,2%. Se prevén crecimientos fuertes en los meses inmediatos, hasta que la capacidad perdida por aquellas catástrofes sea totalmente recuperada. Este impulso, sin embargo, se verá afectado por la crisis política del partido gobernante, el Democrático de Japón (PDJ) y contrarrestado por una fuerte revaluación del yen, en correspondencia con la fuerte devaluación del dólar y otras monedas, y unas sombrías perspectivas económicas en gran parte del mundo. Si el yen estaba en 2010 en torno a los 83-84 por dólar, en agosto se ha situado en 76,25 por $1. Así, el yen aumenta su importancia como moneda-refugio, aunque como contrapartida la revaluación reduce el valor de repatriación de las ganancias empresariales en el extranjero.

En esta fluctuante situación, cuando más falta haría un gobierno fuerte que echase una mano a la economía mundial, el gobierno de Naoto Kan se halla sumido en otra crisis de sucesión, que hará que a finales de mes el primer ministro sea sustituido por otro hombre de su partido. El PDJ tiene tanta tendencia a las crisis como el partido liberal democrático, que lideró durante decenios la vida política de Japón y protagonizó su asombroso boom de los años setenta y ochenta, pero también los decenios de estancamiento que siguieron.

El primer ministro Kan habrá estado en el poder poco más de un año. En efecto, sucedió a Yukio Hatoyama en junio de 2010, quien dimitió debilitado por el conflicto con los habitantes de Okinawa sobre el futuro de la base norteamericana en esa isla. En las elecciones generales del 2009 el partido se había presentado con la propuesta de desplazar la base, y por eso pudo Hatoyama contar con el apoyo del partido socialdemócrata. Sin embargo, no le fue posible superar los problemas diplomáticos e internos que la retirada crearía, y quiso retractarse, lo que hizo que los socialdemócratas retiraran su apoyo al gobierno, lo que a su vez causó que el PDJ perdiera la cámara alta. Tan pronto como Kan sucedió a Hatoyama, comenzó su propia erosión política al sugerir doblar el impuesto del 5% sobre las ventas y al aparecer como débil ante las presiones de China para liberar a un capitán de barco chino, apresado en aguas que Japón alega como propias, y la disputa territorial de China sobre la soberanía japonesa sobre las islas Senkaku/Diaoyu. Tampoco logró que los okinawenses aceptaran que la base norteamericana fuera trasladada a otro lugar... de Okinawa.

Hasta el fin de semana recién pasado no había un candidato claro al liderazgo del PDJ. Se han postulado a sí mismos varios ministros, entre otros el de Hacienda, Yoshihiko Noda, quien acaba de declarar que no va a subir los impuestos, aunque siempre se le ha atribuido esa intención. Contra Noda se han elevado los sectores de opinión extranjera opuestos a las tendencias revisionistas de muchos japoneses sobre el comportamiento de su país durante las ocupaciones de China, Corea, Filipinas, etc. antes y durante la segunda guerra mundial. En efecto, en 2005 Noda reivindicó el honor de muchos militares condenados como criminales de guerra y cuya condición de tales Japón mismo había tenido que reconocer expresamente, por el tratado de paz de San Francisco, de 1952.

También son candidatos el anterior ministro de Exteriores Seigi Mahehara, el de Agricultura Michihiko Kano, el de Economía Banri Kaieda y otros más. Todos deben ganarse el apoyo de las dos figuras claves del partido, es decir, su presidente, Hatoyama, que comanda un grupo de unos treinta diputados, e Ichiro Ozawa, anterior líder del partido y que comanda la lealtad de 120 legisladores.

La selección de candidato parece que va a ser tan expeditiva (aunque ligeramente más democrática) como la del nombramiento de nuestro Alfredo Pérez Rubalcaba como candidato del PSOE a las elecciones generales y su autoproclamación como líder del partido, hace un par de semanas. En efecto, el PDJ se ha dado a sí mismo dos días de discusión de las candidaturas, en el 27 y el 28 de agosto, y ha fijado la elección para el día 29. Los dirigentes del partido alegan que urge resolver la cuestión del liderazgo porque hay que aprobar el tercer presupuesto extraordinario para la reconstrucción post-terremoto y post-Fukushima, así como el presupuesto para el próximo año.

La conjunción de las catástrofes y la crisis económica mundial reclaman un liderazgo fuerte de Japón, que posiblemente sus fuerzas políticas no están en condiciones de proporcionar. En realidad, no lo están porque la sociedad no lo demanda con fuerza imperativa. La japonesa es una sociedad avejentada, y las demandas de bienestar de sus amplias mayorías ya están básicamente satisfechas. Es un país de status quo. Aunque existen algunas capas de pobreza, hay una resistencia maciza a elevar los impuestos; el político que lo propone cae fulminado. Lo mismo le pasa a los que proponen reformar los sectores industriales y sociales favorecidos por los subsidios.

Las finanzas nacionales, sin embargo, permiten todavía cierto desahogo. En efecto, con una deuda pública a largo plazo de $10,3 billones y un ahorro nacional de $18 billones, el gobierno tiene aún recorrido para afrontar el déficit de $0,53 billones del presupuesto del 2011 y afrontar los gastos de reconstrucción, que pueden oscilar entre $50.000 y $70.000 millones, a los que habría que añadir en los próximos años hasta más de $1 billón para las obras de infraestructuras que protegerían al país contra desastres como los de marzo del 2011.

El esfuerzo de reconstrucción podría contrarrestar en parte el efecto adverso de la apreciación del yen. Muchas grandes empresas están pensando en llevar su producción fuera del país, si el yen sigue subiendo.

En resumen, lo que vemos en Japón, hasta hace poco la segunda economía del mundo y ahora la tercera, es un país que necesita que un líder se atreva a "echar el país p'adelante" con la reconstrucción, y que existe la necesidad de que una economía que todavía no se halla al borde del abismo empuje un poco al resto del mundo. Veremos.

Publicado en Capital Madrid.com el 22 de agosto de 2011

lunes, 15 de agosto de 2011

OCIO VERANIEGO, REFLEXIONES OCIOSAS

Ocaso de la socialdemocracia y cansancio de la Revolución Cultural
Publicado el 15 de agosto 2011 en CapitalMadrid.com
Antonio Sánchez-Gijón.– El malestar de Occidente tiene causas inmediatas que resulta fácil desagregar en sus componentes y fases. Por un lado están sus elementos económicos: crisis bancaria, crisis del sistema fiduciario, crisis de la deuda y de los déficits nacionales. Por otro están los síntomas de una crisis ideológica: rebelión conservadora en los Estados Unidos, rebeldía juvenil y criminal en el Reino Unido, movimiento 15-M en España, y hasta si se quiere el desnortado terrorismo de un alucinado noruego. Todo tiene por telón de fondo una crisis política, que en Europa ha supuesto que los gobiernos socialistas hayan casi totalmente barridos, y en los Estados Unidos que el liderazgo del presidente Obama haya llegado al final de su mandato con muestras de agotamiento.


Quede para un filósofo de la historia determinar si todos esos síntomas se corresponden con el diagnóstico spengleriano de la decadencia de Occidente. Más modestamente, un europeo observador habitual de lo que pasa se contentaría con arriesgar este diagnóstico: la socialdemocracia está en crisis y ya no puede seguir dando cuenta del futuro europeo. Y no lo puede hacer porque los supuestos tecnológicos y la infraestructura material sobre los que se levantaba ya no están ahí. Eran éstos la producción en masa de bienes standarizados, por obreros igualmente standarizados por su tipo de formación profesional, sus habilidades y su encuadramiento regular en sindicatos, todos protegidos por leyes rígidas de aplicación universal, y un sistema de bienestar social incondicionalmente concedido.

Se trataba en su día de un modelo creado para dar satisfacción al espíritu reivindicativo de los trabajadores "de mono", aparecido y difundido en los tiempos en que la mano de obra suponía el 55% del precio del producto final. Hoy día ese costo laboral se ha reducido ¿al 20%, al 11%? También el trabajo de cuello blanco empieza a estar amenazado por los automatismos de la digitalización y la robótica, gracias al software creado por unos cuantos cientos de miles de tecnólogos de la informática. Marchamos hacia la sociedad post-industrial; o puede que ya estemos en ella pero aún no nos hemos dado cuenta.

Tan pronto como los gobiernos europeos, tanto socialistas como conservadores, se sintieron, a finales de los años noventa del siglo pasado, satisfechos por haber alcanzado lo esencial de los programas socialdemócratas (las famosas "conquistas sociales" que, en su ocaso, el gobierno español nos remacha cada día), empezaron a darse cuenta de que los rendimientos sociales y materiales de la producción ya no daban para pagar tantas conquistas. Entonces, bajo el temor de perder las bases electorales de su poder, el programa socialdemócrata se reinventó a sí mismo adoptando una ideología convenientemente apellidada progresista, que trató de llevar a la sociedad a una reforma de las costumbres para la liberación de todas las alienaciones: culturales, religiosas, consuetudinarias, sexuales, estéticas, etc.

En este sentido, en Europa, pero especialmente en España con los gobiernos del Sr. Rodríguez Zapatero, hemos vivido una especie de Revolución Cultural, que en su estructura social e ideológica no se diferencia mucho de la lanzada por Mao Tse Tung en los años sesenta del siglo pasado, después de que el sistema de producción comunista por él mismo impuesto, encontrara sus límites materiales: unos límites que no daban siquiera para alimentar a las masas. Si en China la Revolución Cultural trató de

erradicar cualquier residuo de la cultura tradicional basada en el confucianismo, en Europa, y especialmente en España, se trató de relativizar o pasar por alto una serie de valores convencionalmente arraigados, y que habían conformado históricamente la familia, los usos sociales, el sentido de identidad nacional, etc. Así, la familia se contrajo a un pacto de mutuas conveniencias, la nación se vio como un concepto discutido y discutible, y la unidad nacional, en lugar de ser "un plebiscito cotidiano", se hizo el precipitado aleatorio y provisional de unas combinaciones electorales. Y en toda Europa, la noción de unidad cultural, basada en la referencia que casi todas sus sociedades hacían al origen común en la Grecia y la Roma clásicas y en el cristianismo, quiso fundamentarse sobre el abstracto modelo del humanismo kantiano, universal, para el que los atributos culturales de las personas deben ser protegidos contra cualquier valoración nocionalmente discriminatoria, porque, como ya se sabe, todas las culturales valen lo mismo. Es el multiculturalismo, que en Europa levanta áspera oposición en capas cada vez más amplias de la opinión pública, pero que en España nunca nos llevará a la división social o política porque felizmente practicamos los postulados de la Alianza de Civilizaciones..., o eso nos aseguran.

Pero contendré este discurso mental, propio del ocio del verano, si no quiero meterme en berenjenales metafisicos. Y me detendré en la Revolución Cultural y en la salida que el genio chino supo darle a aquel disparate, gracias también a un hombre genial, el humilde y sabio Deng Xiao Ping, que asumió el liderazgo de China a poco de la muerte de Mao. Hombre práctico, Deng tenía una filosofía muy simple: "Lo que necesita el tiempo presente es poner orden en todas las cosas. La agricultura y la industria necesitan ser puestas en orden, y las políticas cultural y artística también deben ser reajustadas. Ajustar es poner las cosas en orden. Al poner orden en las cosas tratamos de resolver los problemas de las áreas rurales, de las fábricas, de la ciencia y de la tecnología, y los de todas las otras esferas". Para Deng, la modernización de China sólo podía lograrse a través de la ciencia y la tecnología, las cuales, a su vez, sólo eran posibles a través de la educación.

Mirarse en el espejo

Esta filosofía de gobierno tan básica, tan elemental, gracias a la cual China pudo regenerarse tras los desastres de la Revolución Cultural, quizás pueda ser de alguna utilidad para los pretendientes a gobernarnos a partir de las elecciones de noviembre. Ya sabemos que la base material de nuestra producción social y económica ya no da más de sí; también sabemos por Deng que la modernización sólo se alcanza gracias a la ciencia y la tecnología, y que éstas dependen de la educación. Y que la educación española es un desastre sin paliativos: calidad de la enseñanza primaria en un ranking de 139 países, puesto 93; enseñanza secundaria y profesional, puesto 107; matemáticas y ciencias, puesto 114.

Hay, pues, que sacar mediante la educación a una grandísima parte de nuestra juventud de su particular revolución cultural, consistente en una tendencia instintiva al desaseo al ruido, al mal gusto de las pintadas, a la procacidad e incompetencia del lenguaje, el abandono escolar, reflejo todo ello de la pérdida de autoridad de familias y maestros, de la que familias y maestros son responsables, pero no sólo ellos.

Pero volvamos a lo de las bases materiales sobre las que debe construirse cualquier programa de estado de bienestar. Un desarrollo basado en el conocimiento hará que gran parte de la juventud "beneficiada" por la revolución cultural que sufrimos sea prácticamente inempleable, si no se la recicla por métodos hasta cierto punto coercitivos; por ejemplo, quitándole beneficios del estado de bienestar. Y poner como

horizonte de la juventud muy o medianamente preparada la innovación tecnológica, comercial, fabril, la inventiva y el espíritu emprendedor. ¿Por qué nuestros candidatos a la presidencia del gobierno no se pasan unos días estudiando los centros tecnológicos de Berlín, o el Instituto Skolkovo de Moscú o de Silicon Valley, o cualquier centro de excelencia en enseñanza media, y nos dan muestras de que intentan ponerse al día sobre el mundo post-industrial y post-revolución cultural que se nos avecina, después de que la social-democracia, al agotarse, nos haya dejado en la estacada?


martes, 9 de agosto de 2011

China, ante el dilema de la sucesión

En 2012, el liderazgo de la República Popular deberá ser renovado


Antonio Sánchez-Gijón.– Tan pronto como la secretaria de Estado Hillary Clinton terminó su agenda en Honkong a principios de la semana pasada, tomó un coche y pasó al continente para entrevistarse con el guru de la política exterior china, Dai Bingguo. La existencia y la importancia de este Dei, consejero de Estado de la República Popular China, nos fue revelado a los que no somos sinólogos profesionales por Henry Kissinger, el ex-secretario de Estado de los presidentes Nixon y Ford, en su reciente libro "On China". Kissinger prácticamente hace votos en su libro por que China adopte el "Camino del Desarrollo Pacífico", predicado por Dei, persona a la que sin duda admira y con la que ha intercambiado opiniones durante diez años.

En este sentido, Dei es una adición a la lista de dramatis personae con las que Kissinger gustaba cruzar su florete en combates intelectuales, como Zhu Enlai, el eterno primer ministro de Mao, Deng Xiaoping, el presidente que puso patas arriba la China de éste, o sus coloquios "de ultratumba" con los cancilleres Bismarck y Metternich, por decir sólo los más notables de sus interlocutores.

El artículo a que se refiere Kissinger fue publicado por el ministerio chino de Asuntos Exteriores en diciembre del 2010, y por lo tanto puede considerarse una declaración oficial de intenciones del gobierno de Pekín. Dei afirma que la política propuesta "es el resultado de un profundo reconocimiento de que tanto el mundo como la China de hoy han sufrido enormes cambios, al tiempo que las relaciones de China con el mundo han contemplado cambios similares; de ahí que sea necesario aprovechar tal realidad y adaptarnos al cambio". Habiendo partido hace treinta años de un desarrollo basado en la lucha de clases, dice Dei, China ha pasado a la construcción económica por medio de la modernización socialista, y "de un estado de aislamiento y de un aislamiento centrado en la autosuficiencia, a abrirnos al mundo exterior y al desarrollo de la cooperación internacional". Dei podía haber añadido: también hemos pasado a la sociedad de consumo (al menos gran parte de la sociedad) y al rango de segunda potencia económica del mundo.

Esta reafirmación de la política china, iniciada bajo el liderazgo de Deng Xiaoping en los años ochenta, llega en vísperas de otra de esas crisis aurorales que se producen en China con la llegada de una nueva generación de líderes. La próxima (la quinta según los sinólogos) ocurrirá en 2012, cuando el comité central del partido comunista elija al sucesor de Hu y éste a su vez proponga probablemente un nuevo primer ministro que suceda al actual, Wen Jiabao.

Puede esperarse, por tanto, que la gran cantidad de problemas que se están acumulando en la agenda china se vean condicionados por la perspectiva de un cambio de liderazgo, con los peligros (y oportunidades) que tales sucesos conllevan. De momento China ve cómo se le acumulan los problemas. Sus problemas, además, tienen una proyección sobre la seguridad internacional, tanto en el plano económico como de la geopolítica.

Extrañará que no comience aludiendo a los problemas económicos internos y su proyección exterior, sobre todo a través de la deuda norteamericana atesorada por el Banco Central chino. Antes de hacerlo hay que pararse en la estructura de poder china: un partido comunista de 80 millones de miembros, dirigido por un comité central, frente al que han surgido muchos nuevos líderes regionales que han alcanzado preeminencia nacional en estos años de crecimiento y transformación acelerados. Pero se trata también de un partido osificado, alejado por supuesto de las masas proletarias o campesinas, pero también de las clases medias emergentes que se han formado gracias a más de veinte años de acelerado crecimiento de la industria y el comercio interior e internacional, y que sigue integrado principalmente por funcionarios, militares y élites profesionales de todo tipo. Deben esperarse, pues, fuertes tensiones políticas tanto en el partido como en la calle.

El gobierno, sin embargo, no da muestras de aflojar su control sobre grupos de derechos humanos y religiosos, especialmente cristianos, que son vistos por el liderazgo como una infiltración de ideas extrañas al credo oficial. Este último consiste básicamente en paz con todos los vecinos, crecimiento interno basado en la exportación gracias a una moneda infravaluada, y todo ello bajo el dogma obsesivo de la estabilidad interna. No todo el mundo está contento con un modelo de desarrollo que es prácticamente capitalista. Un alto mando militar, el general Liuo Yeun, considera que la política socio-económica del gobierno sirve intereses extranjeros y pide un retorno a los viejos principios revolucionarios. No obstante, no parece haber peligro de una involución promovida por los militares.

A menos que...

A menos que el modelo económico entre en crisis. Aunque tal crisis no parece inminente, muchos rasgos del modelo de desarrollo vigente se están poniendo en cuestión. Uno de ellos es el crecimiento incontrolado de la deuda de las autoridades provinciales y locales, todas ellas decididas a dotarse de las mejores infraestructuras, como la ciudad de Wuhan, la novena más grande del país, con planes de infraestructuras por $120.000 millones. Moodys Pekín manifestó, a primeros de julio, la sospecha de que la autoridad superior de cuentas del estado ha minusvalorado los riesgos incurridos por la banca en su apoyo a los planes de los gobiernos locales. Y en España ya sabemos lo que eso significa. Fuentes solventes estiman la deuda local y provincial en $2,2 billones.

A estos riesgos se añade la incertidumbre sobre la calidad de las infraestructuras, como ha puesto de relieve el reciente accidente del TGV chino que ha obligado a una reducción de la velocidad media. Fuentes de información de todo tipo señalan la existencia de un vivo debate en el liderazgo sobre la revisión de los planes de expansión para siete grandes sectores industriales, que iban a constituir el salto a un nuevo modelo de economía industrial, basado en el avance tecnológico.

El gobierno, sin embargo, se siente seguro sobre unas reservas equivalentes a $3 billones, la mitad de ellos en dólares, ayudando así a mantener fuerte la moneda de los Estados Unidos y por tanto la estabilidad del sistema financiero internacional. Esta política de sostenimiento del dólar obedece a un plan maestro que mira al exterior, de mantenimiento de la paz y la estabilidad internacionales a toda costa. China no hace más que dar muestras de tal voluntad, especialmente de cara a los Estados Unidos.

Es algo que el jefe de la junta de jefes de Estado Mayor de este país, almirante Mike Mullen, acaba de reconocer en un artículo en The New York Times, comentando la vista a Washington del jefe del Ejército Popular de Liberación, general Chen Bingde, en mayo, y la suya propia a Pekín a primeros de julio, con muchas discusiones y un poco de "tú me enseñas a mí tus Predators, yo te enseño a ti mis nuevos cazas SU-27 y submarinos". No obstante, no todo son guiños simpáticos entre las dos superpotencias: Estados Unidos está inquieto por la afirmación de derechos exclusivos chinos sobre el mar del Sur de China, en disputa con una serie de naciones litorales de ese mar.

Mucho dependerá de cómo vean las potencias occidentales y las de Asia del Sur algunos signos de afirmación militar china, como la próxima botadura del primer portaviones, la construcción de misiles antinavales (DF-21D), que pueden ser disparados desde tierra y con un alcance suficiente (1.500 km o más) para disuadir a los portaviones norteamericanos de acercarse a las cosas chinas, y el avión Chengdu J-20, de tecnología "sutil" (stealth).

Quizás los intercambios militares en curso, entre China y los Estados Unidos, logren lo que Dei Biggou asegura que fue la convicción mas profunda de Deng Xiaoping: "Si algún día China tratase de ejercer la hegemonía mundial, los pueblos del mundo deberían denunciarlo, oponerse e incluso combatirla. En este punto, la comunidad internacional tiene derecho a vigilarnos". Amén.

Publicado en Capital Madrid.com el 29 de julio 2011

NO BASTARÁ LA PRESIÓN EXTERIOR PARA QUE AL-ASSAD CAIGA


El dictador sirio se encuentra en condiciones favorables para resistir

Antonio Sánchez-Gijón.– Crecen las dudas sobre la posibilidad de que la resistencia popular al régimen baasista de Siria y a su presidente Bashar al-Assad derribe a los dos de una sola tacada. Ni el régimen se está cuarteando ni la oposición parece haber logrado una masa crítica de resistentes, a pesar de la rabia e indignación que muestran heroicamente a diario cientos de miles de personas, representantes de algunos millones de silenciosos opositores.

Sobre los sirios pesa la duda de si la desaparición del régimen no va a traer una división sectaria interna, parecida a la sufrida por Iraq poco después de la caída del régimen de Sadam Hussein, o la que sacudió a Líbano en periodos recientes de su historia. No hace falta que el régimen de al-Assad azuce el miedo a una guerra civil sectaria (que lo hace): los sirios saben que en el país hay potencial para tal desenlace.

Al-Assad se encuentra en condiciones favorables para resistir las presiones del exterior. El régimen no está sólo. Cuenta con el apoyo militar y también financiero, de Irán, cuya Guardia Revolucionaria se juega en Siria la puerta de acceso a sus aliados chiitas de Líbano (Hezbolla) y a los islamistas de Palestina (Hamas). Siria es, para Teherán, una base que cierra el cerco que le tiene puesto a Iraq, para hacer salir a este país de la órbita de los Estados Unidos y ponerlo en la suya, con el apoyo de importantes fuerzas chiitas entre las poblaciones de los países del Golfo.

La presión exterior sobre el régimen está lejos de ser decisiva, como sí lo fue en el caso de Libia. Recordémoslo. El Consejo de Seguridad de la ONU autorizó el 17 de marzo pasado el uso de la fuerza para detener los ataques del coronel Gadafi contra su pueblo, y la ocasión fue tomada por la OTAN para iniciar su campaña aérea contra las fuerzas de Trípoli, al tiempo que los países occidentales declararon uno detrás de otro que Gadafi debía marcharse.

Respecto a Siria, el Consejo de Seguridad emitió el pasado día 3 una declaración (no una resolución) que, aunque "condenaba" el uso de la fuerza contra los civiles por parte de las autoridades, no pidió el uso de ésta contra Siria, limitándose a "llamar" al gobierno a poner en vigor los compromisos que él mismo había contraído, de llevar a cabo reformas. Así, pues, los países occidentales no se sienten legitimados para intervenir de forma hostil en el conflicto interno sirio. Pero no es eso lo que realmente inhibe su acción. Lo decisivo es que Siria no entra en su esfera de interés vital, ya que este país pertenece a otra zona geopolítica perfectamente diferenciada, la de Oriente Medio, con sus problemas, sus mecanismos y sus arreglos diplomáticos propios. De este último punto haremos excepción a Turquía, país que alineado con Occidente participa en la geopolítica de Oriente Medio por contigüidad con varios países de esta zona, y particularmente con Siria.

Pero volviendo a la respuesta de los países occidentales; éstas se han reducido a condenas verbales de las atrocidades cometidas por el ejército sirio, pero no han pronunciado el deseo de que Bashar el-Assad abandone el poder. Los embajadores de las principales potencias siguen en Damasco, aunque algunos de ellos (no nos consta el caso del español) han dado muestras de apoyo a la oposición y han dejado constancia pública de su rechazo a la represión.

La Liga Árabe no condena, sólo deplora

Y es de Oriente Medio de donde han venido las más tibias tomas de posición contra el régimen de Bashar al-Assad. La primera fue una "llamada" de los países del Consejo de Países del Golfo (Arabia Saudí, Kuwait, Bahrein, Catar, Emiratos Árabes Unidos y Oman), emitida el pasado día 6, apelando a "la razón" y pidiendo "la realización de reformas serias y necesarias para proteger los derechos y la dignidad del pueblo (que) respondan a sus aspiraciones". La segunda se produjo el domingo día 7. La Liga Árabe emitió, por boca de su secretario general, Nabil al-Arabí, un comunicado pidiendo "a las autoridades sirias poner fin de inmediato a todos los actos de violencia y a las campañas de seguridad contra los civiles". Pero nada de condenar al régimen. Es más, pocos días antes al-Arabí, de visita en Damasco, apoyó expresamente la estabilidad del régimen al decir que "nadie tiene el derecho de negar la legitimidad a un dirigente porque es el pueblo quien le ha elegido". Eso es precisamente contra lo que se rebelan los sirios, contra alguien que, como al-Assad, heredó el régimen de su padre, y fue "elegido" en su día por un aparato de estado de naturaleza totalitaria.

Así que por el frente árabe el régimen sirio no tiene mucho que temer. Veamos el frente "turco". El martes día 9 viaja a Damasco el ministro de Exteriores de Turquía, Davutoglu. Va respaldado por unas enérgicas palabras del primer ministro Erdogan, que decía el pasado día 7 que a Turquía se le estaba acabando la paciencia, y que enviaba al ministro para "hacer llegar el mensaje de una forma más determinada". Esperemos. Turquía se juega mucho en esta partida. En los ocho años de reconstrucción y desarrollo económico acelerados bajo el liderazgo de Erdogan, Turquía ha mantenido una actitud de "cero problemas con los vecinos", que incluía una postura negacionista respecto del régimen de los ayatolás, pretendiendo que Ánkara no se halla en una competición geopolítica con Irán, lo que contradice la experiencia histórica. El programa político-diplomático diseñado en el libro de Davutoglu "Profundidad estratégica", que trata de restaurar la esfera de interés otomana, y el programa de los Ayatolás, de un orden chiita para Oriente Medio, son incompatibles. Así que la Siria de Assad puede resultar para Turquía una pieza demasiado grande para ser cobrada, especialmente ahora, cuando el primer ministro debe poner a prueba la adhesión de las fuerzas armadas, después del golpe que les dio hace una semana aceptando la dimisión de los cuatro jefes militares superiores.

Así que la cosa está básicamente en manos de los propios sirios, con poco "input" del exterior. Una declaración de veinte ulemas, emitida el primer día del ramadán, trataba de indicar el camino que pueda conducir a una salida: si de un lado rechazaba "la violencia excesiva en Hama y otras provincias de Siria" y atribuía al liderazgo del país la total responsabilidad, de otro reclamaba a estas mismas autoridades "el cumplimiento de los decretos, las leyes y las decisiones, ya publicadas, y en particular liberar sin retardo al conjunto de los detenidos de opinión".

La hoja de parra con que se cubre el gobierno es la decisión, de hace pocas semanas, que suprime el monopolio político del partido Baas, y la reforma de la ley electoral, medidas oficialmente adoptadas ya, y la celebración de las elecciones anunciadas el día 6 por el ministro de Exteriores, Walid al-Mouallen.

En resumen, el contexto internacional no ofrece por sí mismo la oportunidad de un desenlace, como sí ocurrió en Libia. En el interior, las cosas están en punto muerto. La dinámica de la rebelión popular parece ahora aconsejar poner a prueba las promesas de un gobierno mendaz. Quizás todo se consiga, no de una tacada, sino de dos: primero imponer una reforma política real, que liquide el régimen de monopolio del poder, y luego la lucha por el poder mismo bajo garantías formalmente democráticas.

Publicado en Capital Madrid el 8 de agosto 2011

PUTIN JUEGA A LAS PRIVATIZACIONES Y MEDVEDEV A LOS PARQUES TECNOLÓGICOS



Rusia camina hacia una modernización de su estructura productiva

Antonio Sánchez-Gijón.– Rusia está a punto de meterse en un vigoroso plan de privatizaciones de empresas: se calcula que serán unas cinco mil, entre otras las 20 o 22 más grandes. Es lo que acaba de proponer el jefe del gobierno, Vladimir Putin, al presidente de la república, Dimitry Medvedev, según informa el servicio Stratfor.

El hecho tiene también un significado político: Medveded y Putin, que se supone son dos contendientes para las elecciones presidenciales del 2012 (aunque ninguno de los dos se ha postulado aún) parecen estar "en la misma onda" en cuanto a la necesidad de modernizar las oxidadas estructuras empresariales de Rusia.

Mientras el presidente es conocido por sus fuertes pronunciamientos a favor de la creación de una cultura empresarial y de la innovación, Putin era visto como el guardián de los intereses corporativos de la burocracia oficial y de los servicios secretos, que controlan o pueden controlar sin freno legal cada rincón de la vida empresarial de Rusia.

Es Medvedev quien presenta un historial de "modernizador" más creíble, siquiera sea por el hecho de que el de Putin está seriamente deteriorado: tan pronto como llegó a la presidencia de Rusia en el 2000, emprendió una feroz campaña para expulsar las compañías extranjeras que se habían hecho con las más valiosas empresas públicas privatizadas durante el caótico periodo presidencial de Boris Yeltsin, para acabar poniéndolas en manos de la burocracia estatal y los servicios secretos. En 2006 emprendió una tímida campaña de privatizaciones totales o parciales: 1.500 salieron a subasta bajo condiciones muy restrictivas, por lo que sólo unas 500 fueron enajenadas.

Estas experiencias pusieron de manifiesto a los ojos del mundo entero que en Rusia faltaban las condiciones institucionales y legales para la libre empresa, así como la escasa o nula cultura empresarial de sus élites científicas, tecnológicas e industriales. Estos graves déficits explicaban el retraso de Rusia con respecto a numerosos países emergentes que han prosperado en los últimos años, y su descenso a la condición de país "en desarrollo" especializado en la exportación de materias primas.

Por contra, Medvedev ha comprometido mucho capital político en un modelo concreto de modernización empresarial, abierto a la libre iniciativa, vocado a la innovación y con un fuerte apelativo a los jóvenes emprendedores y titulados universitarios, que hoy se ven forzados a la emigración (1.250.000 en los últimos tres años). Lo que propone Medvedev se resume en su proyecto de Ciudad de la Innovación de Skolkovo, un lugar cerca de Moscú, y que ya ha salido a la escena internacional con un abierto respaldo de la administración Obama.



La Fundación Skolkovo y Silicon Valley

A primeros de marzo pasado, el vicepresidente de los Estados Unidos, Joe Biden, en misión oficial en Moscú, visitó el lugar de Skolkovo, que de momento es poco más que un descampado. Días después (22-23 de marzo) se celebró en Menlo Park, junto a la Universidad de Stanford, el Simposio ruso-americano "Rusia como Cuna de la Innovación", patrocinado por el "quién es quién" de Silicon Valley (IBM, Intel, Microsoft, Google, Boeing, etc.), y que fue organizado por la Skolkovo Foundation, entidad rusa de interés público instituida en Moscú en mayo del 2010, por la Academia de Rusa de Ciencias y otras instituciones, con el título de Fundación para el Desarrollo del Centro de Investigación y Comercialización de las Nuevas Tecnologías.

Empresas europeas como Nokia, Alstom y EADS se han unido o interesado por el proyecto. Son ya cuarenta las grandes corporaciones industriales y tecnológicas participantes de una forma o de otra. Cisco invertirá $1.000 millones en hacer de Skolkovo la primera "ciudad conectada inteligentemente de Rusia". Hasta cierto punto, la iniciativa de Skolkovo viene propiciada por el hecho de que en Silicon Valley se estima que trabajan o estudian 40.000 graduados o emprendedores rusos.

Parece, pues, claro que hay un designio estratégico de los Estados Unidos en propiciar el desarrollo de la libre empresa en Rusia. Y hay también un cálculo estratégico de Medvedev en todo esto: contar con al apoyo de los Estados Unidos para la realización de sus aspiraciones presidenciales del 2012. El presidente Obama le sigue el juego: en una entrevista para la TV de Moscú a primeros de agosto, tuvo palabras muy elogiosas para el presidente ruso.

Es evidente que Putin y Medvedev han hecho que el lanzamiento de Skolkovo y el plan de privatizaciones coincidan, pero cada uno por razón de sus aspiraciones presidenciales; con la mira puesta en que no se repitan las lamentables privatizaciones anteriores, y que Rusia se abra a la modernidad tecnológica. Intentarlo de ese modo, desde un impulso decisivo desde la cima del poder, ha sido algo habitual en la historia rusa. No otra cosa hizo Pedro el Grande a principios del siglo XVIII, así como los zares que le sucedieron, que confiaron a científicos, ingenieros y empresarios europeos los recursos necesarios para hacer avanzar la atrasada sociedad rusa. Esta modernización, por el hecho de ser forzada desde el poder, no llegó realmente nunca a "europeizar" la sociedad rusa. También falta ver la tenacidad y resistencia de los que promuevan las nuevas empresas alentadas por Skolkovo, a la vista de la experiencia de Silicon Valley, donde sólo un 10% de los intentos es viable, y el 90% ha perdido su "venture capital".

Debajo de iniciativas como la de Skolkovo parece latir una angustia estratégica de Rusia, incapaz de mantenerse en la liga de "los grandes", y con inmensos territorios orientales expuestos a la presión demográfica y económica de China, y comercial de otros muchos países. Por Siberia salen materias primas y por Siberia entran productos acabados de Oriente. El único mercado significativo de Rusia en Asia es el armamento que le vende a la India y Corea del Norte. La agenda diplomática con los Estados Unidos sólo gira en torno a problemas residuales de la guerra fría, como el control del armamento nuclear, o cuestiones de seguridad, como el escudo antimisiles occidental al que Rusia se ha opuesto tenazmente.

En la agenda de seguridad, Medvedev y Putin han empezado a seguir caminos opuestos. Putin se opuso desde el principio a la operación de la OTAN contra Gadafi; Medvedev, sin embargo, aprobó implícitamente la operación firmando el 27 de mayo el comunicado del G-8, en su reunión de Deauville, que declara que "Gadafi ha perdido toda legitimidad".

La opinión rusa independiente se inclina mayoritariamente a creer que la batalla por la presidencia la tiene ganada Putin, que tiene todos los hilos del poder en sus manos. Las bazas de Medvedev, sin embargo, cuentan con el apoyo de amplias élites rusas y un mayor respaldo internacional. Todo puede depender, sin embargo, de que el mensaje entrañado en Skolkovo encandile y convenza a la sociedad rusa. Pero primero Skolkovo tiene que prosperar.

Publicado en Capital Madrid.com el 5 de agosto 2011

martes, 26 de julio de 2011

El terrorismo siempre señala a un problema de fondo

Publicado el lunes 25 de julio de 2011

GEOESTRATEGIA

A propósito de lo de Noruega

El terrorismo señala siempre a un problema de fondo

Antonio Sánchez-Gijón.– Los asesinatos de Oslo y de la isla de Utava nos traen a las mientes un cierto número de atentados en los que en su día perdió la vida un número "espectacular" de víctimas, al objeto de impulsar un fin político. Este fin no es otro que poner en el centro de la agenda política de un país una determinada cuestión, un conflicto, una exigencia. El acto de terror debe llamar poderosamente la atención, a la manera de un espectáculo pirotécnico, del que nadie pueda apartar los ojos. Después de las cenizas y el silencio queda flotando en el aire el ¿por qué? Y se empieza a comprender: se trata de una amenaza existencial, que se consumará si no hacemos esto o lo otro. No es sólo un mensaje colectivo, también está dirigido a cada individuo. Al recibirlo, nos pasa lo que el famoso Doctor Samuel Johnson decía que le pasa al condenado cuando lo llevan a la horca: que su mente se concentra maravillosamente.

El ejemplo más obvio de lo que digo es el ataque del 11-S en Nueva York y Washington. En esa ocasión el mensaje era: los Estados Unidos y otras potencias occidentales deben abandonar las tierras del Islam, o si no desencadenaremos la yihad que con estos atentados anunciamos. De Anders Behring, el autor de la matanza de Noruega, se ha dicho que es el Ben Laden cristiano y europeo. Es probable.

El manifiesto que dio a conocer poco antes de cometer el crimen (titulado misteriosamente "2083: Una declaración Europea de Independencia") es prácticamente una convocatoria a la cruzada contra el Islam. Al igual que Ben Laden llamaba a la restauración de la moral tradicional en las sociedades musulmanas, Behring llama a la recuperación de una Europa europea, y por tanto ésta debe luchar contra el multiculturalismo y la ideología que la domina, que él resume bajo el nombre de "corrección política", en la que engloba el marxismo, el relativismo cultural disfrazado de humanismo y el antinacionalismo. Esa es la ideología dominante entre las élites europeas, dice Behring; el 95% de los parlamentarios y el 90% de los periodistas la abrazan. El multiculturalismo y la colonización europea por los musulmanes equivalen a un "suicidio nacional/cultural" de Europa. Si las cosas siguen así, la Europa cristiana desaparecerá en un periodo de entre dos y siete decenios de islamización creciente, nos asegura. La elección de la juventud socialista y del gobierno del partido laborista noruego, como blancos de su ira, quiere apuntar de modo indubitable a los "responsables" de ese estado de cosas en su país, y lo hace con la misma acuidad con que Osama Ben Laden apuntaba al "capitalismo judaico" de las Torres Gemelas y al "imperialismo opresor" del Pentágono.

Se ha sacado a colación también el paralelo entre lo de Noruega y el ataque contra el Alfred P. Murrah Building (el edificio federal de Oklahoma City), por Timothy McVeigh en 1995, que causó unos 190 muertos. El principal motivo alegado por McVeigh para explicarlo era mucho más restringido que lo alegado por Behring: una venganza contra el Federal Bureau of Investigation (FBI) por sus dos sangrientas intervenciones contra organizaciones sectarias, llevadas a cabo con gran derramamiento de sangre dos años antes. También hizo vagas alegaciones sobre la ilegalidad de la intervención de los Estados Unidos en la primera guerra del Golfo contra Iraq, y sobre los abusos y excesos del gobierno federal contra las libertades. El paralelo entre Noruega y Oklahoma no está justificado: mientras Behring se arroga el derecho de hablar en nombre de toda una civilización y un continente, lo de Mc.Veigh parece más bien una enmienda a la interpretación que el gobierno federal de los Estados Unidos ha hecho de su constitución.

La tercera comparación nos atañe más directamente: se trata del acto terrorista contra España y los españoles del 11-M del 2004. Aquí el mensaje fue "salid inmediatamente de Iraq". La exigencia fue satisfecha a gusto del demandante, y la respuesta política fue tender una cortina de multiculturalismo de urgencia, como queriendo mostrar a los terroristas y sus patrocinadores cuán poco razonables habían sido empleando esos métodos brutales, cuando el mismo fin lo podían haber logrado imaginando con el nuevo gobierno una Alianza de Civilizaciones.

La principal habilidad de los terroristas es señalar con claridad unos móviles del acto que todo el mundo pueda comprender. Y se comprenden fácilmente porque el problema al que señala el terrorista suele ser percibido ya como problema real por los interesados. Grandes masas árabes y musulmanas están luchando contra Occidente en Iraq, Afganistán, Pakistán, Somalia, etc. porque para ellos Occidente es un peligro y una amenaza contra su tipo de vida tradicional, mientras que para nosotros, que estamos inmersos en un mundo cosmopolita y abierto, sus prácticas político-sociales arcaicas e inmovilistas son incompatibles con la modernidad. Y por ser incompatibles estos dos modos de vida, el choque es inevitable, y si no se produce en Afganistán, será en Yemen, o en Libia, o en Pakistán, o en Somalia..., o en Occidente, porque difícilmente dos modelos vida tan antagónicos, abrazados cada uno de ellos por tantos centenares de millones de personas, pueden convivir pacíficamente en un mismo espacio globalizado sin pisarse los callos.

El mismo problema señalado por el atentado de McVeigh, si le quitamos la paranoia antifederal que caracterizaba su ideología, es el eterno de la soberanía del individuo frente a la soberanía del estado. Problema vivísimo en estos tiempos, en los Estados Unidos, y latente bajo el movimiento del Tea Party y la deriva un tanto montaraz de sectores del partido republicano ante el alegado progresismo del presidente Obama.

En cuanto a España, compartimos con el resto de Europa una misma problemática: la integración de una gran población procedente de otra cultura, con la que hasta ahora se ha mantenido una convivencia, a veces tensa, aunque básicamente pacífica, pero que se desenvuelve bajo los presupuestos político-sociales de la multiculturalidad. No importa lo que diga a este respecto el Sr. Behring; él es sólo la respuesta demente a un problema que ha entrado ya en la agenda política de numerosos países europeos, con su deriva hacia la derecha extrema y el nacionalismo identitario. Esto último, por cierto, se vive en España de modo paradójico, ya que el nacionalismo identitario que padecemos, con su beligerancia más o menos violenta, se dirige contra la gran masa de población española con la que esos nacionalistas comparten cultura y civilización. Imagínense el potencial de conflicto que hay entre pueblos de distinta cultura y civilización, que ocupan un mismo espacio geográfico y social. En Francia, en Holanda, en Italia y hasta en Alemania hay cada vez más gente que no sólo pide que se gestione más determinadamente la convivencia entre los autóctonos y los llegados de fuera, sino que se ponga freno al modelo de sociedad multicultural.

Estos fenómenos de transformación civilizacional (perdonen el palabro) van siempre acompañados de un miedo al "otro"; un miedo sordo e inconfeso casi siempre. Hay condiciones objetivas de la geopolítica y la demografía europea que alimentan ese miedo. En Europa, y de modo muy agudo en España, asistimos a una depresión demográfica acelerada, simultánea con un auge en los países vecinos del Sur. Y no sólo del Sur habitual, el Magreb, con el que nos conllevamos razonablemente, sino del Sur profundo, el África Subsahariana, sumida en el atraso y en las guerras civiles, y que cada verano arroja a las playas de Europa millares de hombres, mujeres y niños de los que no sabemos por qué vienen, porque, aquí, en Europa o no hay trabajo para nadie, como en España, o no hay trabajo para ellos, como en Francia, Alemania, Italia, etc., etc.

La deriva hacia la xenofobia que se observa en algunas capas de los pueblos europeos es preocupante. También lo es, sin embargo, que los gobiernos pasen por alto, o ignoren, la fuente del malestar.

viernes, 22 de julio de 2011

ES PRECISO PRESCRIBIR LA DOSIS CORRECTA “DE ALEMANIA”

Publicado en Capital Madrid.com el 22 de julio del 2011

ES PRECISO PRESCRIBIR LA DOSIS CORRECTA “DE ALEMANIA”
Antonio Sánchez-Gijón.- Una vez más Alemania está en el corazón del malestar europeo. Esta vez, sin embargo, no estamos seguros de que sea Europa quien tiene derecho a culpar a Alemania de ese malestar, o si es Alemania la que está cargada de razones para sentirse mal con gran parte de sus socios de la construcción europea, y especialmente con los socios del Sur. Si miramos la cuestión desde el marasmo político-económico de España y de Italia, o desde la crisis social y moral de Grecia, comprenderemos el malestar de Alemania. Si miramos la cuestión desde la perspectiva del proyecto de unidad de Europa, de la convergencia de sus diferentes sociedades nacionales y la armonización de sus prácticas de gobierno, tenemos algunas razones para atribuir algo de la culpa a Alemania.

La incomprensión mutua surge de un equívoco: el de pensar que Alemania y gran parte de sus socios europeos van a poder seguir siendo entidades de la misma naturaleza político-económica. Me explico. De un lado tenemos la casi totalidad de los países europeos que se identifican con el ideal y la cultura del estado-nación, y de otro el ideal y la cultura del estado mercantil-industrial como nuevo estadio de desarrollo de la civilización occidental, que parece estar tomando forma en Alemania, Esto ya lo veía venir el filósofo político norteamericano Philip Bobbitt, en su libro “El escudo de Aquiles”, aunque no sospechaba que el primer “market state” no iban a ser los Estados Unidos, o Singapur, o Corea del Sur, o cualquier “tigre” del zoológico internacional, sino (probablemente) Alemania.

Esta evolución se ha ido dando por sus pasos contados, que mediremos aproximadamente en decenios. Primero tuvimos los tres de reconstrucción tras la II guerra mundial, con una Alemania constituida en potencia puramente civil, tutelada estratégicamente por los Estados Unidos; siguieron los años 70 y primeros 80 del canciller Schmidt, ejemplar aliado de la OTAN, autor de una apertura al Este que acabaría corroyendo los fundamentos de los regímenes comunistas; siguieron los 80 y 90 de Helmut Kohl, el europeísta modelo (tratado de Maastricht) y unificador de las dos Alemanias. En esos largos años todo era multilateralismo y cooperación internacional. Y llegó el decenio del giro, el de Alemania centrada en Alemania: año 2002, entra a gobernar el socialdemócrata Schröder, y le sigue en 2005 la demo-cristiana Angela Merkel. El primero se abre a Rusia, se aleja de los Estados Unidos (oposición a la intervención en Iraq) pero no demasiado (participación en la coalición internacional para Afganistán), aunque aún sigue fuertemente anclado a Europa, con su adhesión a la Unión Económica y Monetaria y la creación del euro.

Cuando llega Merkel en 2005 Europa ya ha llevado a cabo todas sus ambiciones institucionales posibles. Aún asiste Merkel a la aprobación del tratado de Lisboa, sucedáneo realista de la ilusoria y fallida Constitución Europea. Ante Lisboa, Alemania reacciona de forma novedosa, impensable hasta entonces: el Tribunal Constitucional alemán establece excepciones nacionales a algunos de sus preceptos. La conexión estratégica con la OTAN y los Estados Unidos se hace más frágil: el que sería ministro de Asuntos de Exteriores de Merkel, Guido Westerwelle, pide la retirada unilateral de las armas estratégicas (norteamericanas, claro) instaladas en Europa. Luego la canciller se niega a participar en la operación de Libia. Merkel abre una política activa con Rusia, piensa en la energía, en el gas que le permitirá cerrar las centrales nucleares. El gasoducto Streamline Rusia-Alemania está a punto de inaugurarse. Piensa también en una Rusia inundada de petro-dólares pero ahogada por infraestructuras de tercer mundo y una planta industrial oxidada. Es la hora de la seguridad energética, ya no la estratégica de Alemania, también es la hora de los negocios, de los grandes mercados extraeuropeos. En junio visitó Alemania el primer ministro chino Wen Jiabao, con 13 ministros y 300 empresarios, en julio el presidente Medvedev llevó consigo, a la reunión anual de consulta germano-rusa una comitiva empresarial. Es lo mismo que hace la Merkel siempre que viaja a esos grandes países-clientes: se hace acompañar de un nutrido grupo de empresarios. Que le soplan al oído lo que más les conviene. El crecimiento de Alemania está siendo conducido por las exportaciones, mientras el comercio con la zona euro desciende en términos relativos (43% en 2008, 41% en 2010) y aumenta el comercio con Asia (del 12% del total exportado en 2008 al 16% en 2010). El gran objetivo es el mercado chino, que necesita subir un grado más la calidad de su planta industrial y por tanto le hace falta la máquina herramienta y los vehículos alemanes. Comerciar con Rusia y China, sin embargo, supone tener que aceptar prácticas mercantilistas por exigencias de sus gobiernos, lo que a su vez, como reflejo condicionado, puede introducir hábitos mercantilistas en el propio gobierno alemán

Hasta qué punto las nuevas perspectivas del “estado mercantil” alemán están condicionando la recuperación de la crisis económica está por ver. Los observadores alemanes parecen de acuerdo en que la canciller no tiene un gran proyecto europeo, a diferencia de su mentor Kohl. La defensa a ultranza de la estabilidad monetaria es buena para Alemania, y puede serlo para el conjunto de Europa pero no tan buena para los países más lastrados por la crisis.

Como una muestra más de que la Alemania de Merkel se aparta de modo significativo de sus caminos habituales debemos mencionar su reforma de las fuerzas armadas. De hecho, esa reforma supone una modernización a la que le había llegado la hora hace ya muchos años. La Bundeswehr era un modelo extraño de fuerzas armadas, algo así como una dependencia administrativa del gobierno, con un inspector general en el lugar donde debía estar un jefe de estado mayor, y unos ejércitos como ramas del ministerio de Defensa. El aspecto más novedoso de la reforma es la eliminación del servicio militar obligatorio, desde este mes de julio. Alemania era el último de los grandes países occidentales que lo mantenía. Sus fuerzas se reducen de 240.000 efectivos a 180.000. Se retira la mitad del personal militar empleado en el ministerio y se lo devuelve a los ejércitos. De acuerdo con la transformación del escenario estratégico mundial (ninguna gran potencia es percibida como amenaza creíble en estos momentos), se producirá una reducción drástica del armamento: un ala de combate del avión Eurofighter menos, cien aviones Tornado menos, 13 transportes gigantes A400M, y probablemente tres fragatas menos, y no más de cuatro submarinos, etc. Y un ahorro en el presupuesto de defensa, de 8.400 millones/euros entre 2010-2014.

Todas estas transformaciones son la envidia de Europa, sobre todo la del Sur. En 2009 escribí en “Nueva Revista” (último número de ese año) que quizás el malestar existencial de Europa podía curarse con “más Alemania”. El problema está en administrarnos (o que nos administren) la dosis correcta. El exceso puede matar; el defecto nos deja postrados.



Antonio Sánchez-Gijón es analista de asuntos internacionales

De las revoluciones árabes a la batalla en la Asamblea General de la ONU en septiembre

Publicado en Capital Madrid Com el 19 de julio 2011


GEOESTRATEGIA

De las revoluciones árabes a la batalla en la Asamblea General de la ONU en septiembre

Antonio Sánchez-Gijón.– Desde ahora hasta finales de septiembre, los focos de la comunidad internacional sobre un mundo árabe en erupción no se concentrarán tanto en las revoluciones de la llamada "primavera árabe" como en el intento de la Autoridad Nacional Palestina de conseguir el reconocimiento por las Naciones Unidas de su existencia como estado independiente. La "primavera" ha consumido la mayor parte del combustible revolucionario, mientras que la cuestión de la estatalidad palestina posee potencial para cambios significativos del escenario general de Oriente Medio. El presidente Abbás y su Autoridad Palestina han elegido bien el momento de su iniciativa: las revoluciones han sido la ocasión para que las poblaciones árabes renueven su apoyo a la causa palestina; un apoyo sofocado habitualmente por los regímenes árabes dictatoriales, al considerarla una amenaza y una contestación a los acomodos diplomáticos a que se veían obligados, dada su debilidad económica y militar, con las mismas potencias que garantizan la seguridad de Israel.

La prueba más notable de este cambio contrario a los intereses israelíes es la apertura de la aduana de Rafah por Egipto, que elimina las restricciones principales al comercio y tránsito de personas con Gaza, y que ha roto el bloqueo israelí. Otra muestra ha sido la utilización por Bashir al-Asad de Siria de masas juveniles para romper las barreras entre Siria y el territorio ocupado por Israel, como treta oportunista para desviar la tensión interna al exterior. La reciente iniciativa de unificación entre las fuerzas de Hamas y la OLP es una respuesta a la presión de los regímenes monárquicos árabes para mantener viva una causa exterior, que alivie la presión social y política interior, exigiendo a Hamas que acepte el principio de dos estados (Israel y Palestina) sobre el territorio de la Palestina histórica. En general, la unidad interna palestina ayuda a mantener el status quo político-social de los países árabes, ya que así éstos se ahorran tener que tomar posturas divisivas en la vidriosa cuestión de sus hermanos palestinos.

Si el escenario "doméstico" se ha vuelto más desfavorable para Israel, el escenario mundial después de septiembre amenaza con no ser más grato. Esto lo ve venir el último jefe del Mossad, Meir Dagan (2002-2010), según nos cuenta el servicio de inteligencia Stratfor. En efecto, Dagan ha calificado el rechazo de Israel a la propuesta Saudí de 2002, de un acuerdo de paz sobre las líneas de separación previas a la guerra de 1967, "imprudente e irresponsable". Mientras los primeros ministros israelíes Sharon y Olmert dieron todas las pruebas de caminar hacia la aceptación de dos estados, aproximadamente con aquellas fronteras, el actual primer ministro, Netanyahu, jefe de un gobierno sostenido por la ultraderecha y los religiosos más ortodoxos, lo ha rechazado por los supuestos riesgos de seguridad derivados de esas fronteras.

El modelo de "The Hebrew Republic"

Los años de Sharon y Olmert habían sido de pacificación casi general de los territorios ocupados; durante ellos fue posible la formación de gobiernos estables palestinos así como un importante desarrollo económico-social, que hizo concebir a muchos israelíes la esperanza de que la solución de los dos estados conduciría a la formación de una unión económica israelo-palestina, destinada, por la inventiva y productividad de sus poblaciones, a tener un impacto decisivo en el anquilosado mundo de Oriente Medio. En otra ocasión presentaré las líneas esenciales de este proyecto, animado infatigablemente por Bernard Avishai (Bernard Avishai Dot Com), un empresario e intelectual israelo-norteamericano, autor de "The Hebrew Republic", y uno de los polos más activos de movilización de la opinión israelí contra los errores y abusos del gobierno de Netanyahu, especialmente contra su política de asentamientos ilegales, que están llevando, según él, a Israel al extremismo religioso y étnico, y a la debilitación creciente de los principios del estado de derecho, como muestra, en su opinión, la reciente aprobación de una ley que declara ilegal proponer boicots a los productos de los asentamientos ilegales que se mercadean en Israel, como proponen algunos grupos contestatarios. Esta ley, en su opinión, constituye un freno a la libertad de expresión política.

El modelo de agitación diplomática

Veamos ahora la panorámica palestina. La iniciativa de las Naciones Unidas no tiene, en realidad, ninguna posibilidad de conseguir los dos estados, aunque dará a los palestinos una importante vara alta que blandir sobre Israel. En efecto, Palestina no puede ingresar, por lo menos en septiembre, como estado independiente en las Naciones Unidas, porque el Consejo de Seguridad no podrá siquiera proponer a la Asamblea General su ingreso, dado que por lo menos los Estados Unidos ejercerán su veto al documento que el Consejo debe trasladar a la Asamblea General con la propuesta. Teóricamente, Palestina podría obtener el status de estado independiente si un grupo significativo de estados lo reconocieran como tal (no se es estado porque la ONU lo diga, sino porque otros estados te reconocen; recuérdese la posición de España y Corea del Norte fuera de la ONU en los 40 y parte de los 50 del pasado siglo), pero es impensable que algún estado americano (quizás Cuba, Nicaragua y Venezuela serían las excepciones) o europeo lo reconocieran, o Rusia y China. No debemos pensar, sin embargo, que una cosa tan obvia se le ha pasado por alto a la Autoridad Palestina. Nadie con sentido común quiere venir al mundo apadrinado por Castro, Ortega y Chávez).

Así que lo más probable es que el gobierno palestino pida a la Asamblea General la declaración formal de que Palestina posee muchos, si no todos, los requisitos para ser admitido como estado independiente, pero no necesariamente su entrada inmediata. En expresión del presidente Abbas, en su artículo en el New York Times del 17 de mayo, Palestina posee muchos de los atributos para ser reconocida como estado: una población permanente, un territorio demarcado por las fronteras de 1967, derecho a la autodeterminación reconocido internacionalmente, y el reconocimiento efectivo como agente internacional por el banco Mundial, el FMI, y la Corte Internacional de Justicia (2004).

Es razonable, pues, prever que la Autoridad Palestina busque (conseguirlo es otra cosa) que la Asamblea General recomiende al Consejo de Seguridad que le presente, para su aprobación por dos tercios de la Asamblea, la propuesta de admisión de un nuevo estado llamado Palestina. Este itinerario, jurídicamente no resolutivo, es suficientemente embarazoso para quien tenga que ejercer su veto en el Consejo de Seguridad. Y, desde luego, también para Israel, que puede esperar una aceleración de la presión internacional para que abandone por negociación los territorios ocupados, y sufrir un reguero de denuncias contra los abusos reales y figurados causados por la ocupación.

Antonio Sánchez-Gijón es analista de asuntos internacionales

domingo, 17 de julio de 2011

Publicado en Capital Madrid.com el viernes 15 de julio de 2011


GEOESTRATEGIA

Caso Faisán, los peligros de la Fiat Iustitia, pereat mundus

Antonio Sánchez-Gijón.– En los siglos en que se practicaba la guerra de sitio, cuando una plaza fuerte, castillo o fortaleza se encontraba al limite de su resistencia, o cuando dos ejércitos exhaustos encontraban más racional negociar una tregua que continuar los combates, los jefes enemigos capitulaban. Capitular se entiende vulgarmente por entregarse una plaza o rendirse un ejército al jefe militar enemigo, pero ésta es una acepción restrictiva. Capitular significa legalmente establecer las condiciones para un arreglo transitorio entre contendientes, sobre el campo de batalla, el cual arreglo queda ad referendum del poder soberano, cualquiera que sea éste: rey, príncipe, gobierno, etc., con vistas a un arreglo o tratado de paz.

¿Pueden verse las negociaciones del gobierno español con la banda terrorista ETA como una capitulación (insisto, no necesariamente en el sentido de rendición de uno u otro)? Sí. Aquí se trataba de que ETA "entregase las armas" (así se nos aseguraba por parte del gobierno del Sr. Zapatero), como quien entrega una plaza sitiada, a cambio de un arreglo político que pudiera ser refrendado por el soberano, esto es, por el parlamento español.

El problema de este tipo de instrumento legal es que tiene una relación muy remota con la justicia. Las capitulaciones son soluciones transitorias, prácticas, dependientes del aquí y ahora, es decir, de la oportunidad. Pertenecen a un orden estrictamente político, no moral. La Justicia (así, con mayúscula), mira las capitulaciones de reojo, con suspicacia, porque una capitulación no sanciona el crimen contra las vidas ni la destrucción de bienes de todo tipo.

En unos siglos en que el rey o príncipe era también el juez supremo, esto no presentaba mayor problema: el soberano podía elegir entre ser el árbitro de los intereses en conflicto, asignando a sus súbditos pérdidas y ganancias según su propia conveniencia política, o bien ser el magistrado de una justicia imparcial y desinteresada. En los estados con separación de poderes, como los de naturaleza liberal-democrática, esta dualidad desaparece: la Justicia, en su acepción institucional, tiene el derecho y el deber de juzgar sobre castigos y sanciones, de acuerdo con criterios puntillosamente establecidos por los códigos, y ha de ser indiferente a los intereses del titular del poder político.

Es lo que ha ocurrido en España con el "caso Faisán", traído al foro de la justicia por la decisión del juez Ruz, de abrir proceso por colaboración con banda armada, etc., etc., contra dos altos jefes y un oficial de la policía. Si trasponemos estos protagonistas del Faisán a figuras propias de la guerra de sitio, diría que los dos jefes policiales superiores encarnan la del mariscal de campo del ejército sitiador, o si se prefiere la del gobernador de una plaza sitiada, y el oficial que entregó el dichoso teléfono al dueño del bar Faisán, para avisarle del peligro de ser detenidos que corrían unos agentes de ETA, lo identificaré con el "heraldo", el personaje que llevaba los mensajes cruzados entre sitiados y sitiadores, con vistas a abrir negociaciones de capitulación, o a informar a la otra parte de las incidencias de su cumplimiento. Una de sus funciones podía ser la de dar seguridades de que la capitulación seguía en pie, en contra a veces de las apariencias de haber sido violada.

Capitular no es, claro está, lo mismo que negociar la paz o el armisticio. Una capitulación sólo pretende establecer las condiciones o principios sobre los que se abrirán las negociaciones políticas. Las capitulaciones requieren un mínimo de buena fe por parte y parte, por lo menos en cuanto a la voluntad de las dos de llevarlas adelante. Las dos se reconocen mutuamente el derecho de hacer o no hacer determinadas cosas: por ejemplo, rearmarse o no rearmarse mientras se negocia, recibir refuerzos o excluirlos, establecer plazos para la entrega de la plaza o la evacuación de los ejércitos, etc.

Hace falta, pues, saber qué requisitos se establecían en la capitulación entre ETA y los jefes policiales para llegar a la negociación de desarme, o a la paz, o a lo que fuese su propósito. Sin duda prohibirían "tous les exploits de guerre d'une part et de l'autre", como dice la tregua y abstención de guerra entre Carlos I de España y Francisco I de Francia para el sitio de Teroüane, en 1537. Por otra parte, es perfectamente concebible que los dos altos mandos policiales que nos ocupan percibiesen el peligro de que su "buena fe" quedase comprometida si una sección de la policía, no impuesta de la negociación con ETA sobre ese particular punto, llevase a cabo un "exploit de guerre" contra la organización terrorista, como la detención de su aparato de exacción financiera en un momento, considerado no oportuno, del proceso negociador.

En el pasado histórico, la violación de cualquiera de las condiciones de capitulación autorizaba a dar por nulli et non facti la validez de lo capitulado (Brescia 1515). Así que, desde este punto de vista, habría que relativizar el significado del gesto de dar aviso del operativo policial, pues es posible que se estimara estar protegiendo un bien superior: el mantenimiento de ese mínimo de buena fe y la confirmación de la voluntad de seguir negociando.

Naturalmente, estas observaciones sobre los aspectos formales del caso Faisán no dicen nada sobre la imprudencia política de negociar con ETA, como acabó por demostrar el atentado de la T4, y sobre el acierto o desacierto de ofrecer a través de Bildu una vía de expresión política legal a la ideología de ETA, con la esperanza de que constituya una alternativa a la vía del terror. En esto, el gobierno se la juega, pero es a él a quien corresponde juzgar la oportunidad de su acto político.



Justicia y política: anverso y reverso

Judicializar decisiones políticas equivale casi siempre a restringir el ámbito de competencias de los ejecutivos. Nada pone más en evidencia esto que la doctrina en que se inspira la Corte Penal Internacional, instituida en La Haya en 2002. La amenaza de actuar penalmente contra los líderes de conflictos armados a los que se acusa de crímenes contra sus propios pueblos priva a los gobiernos interesados en la restauración de la paz del recurso a la capitulación, es decir, la capacidad de ofrecer alguna forma de inmunidad a cambio de su pronta terminación.

Puesto contra las cuerdas, el presunto criminal hará lo posible por prolongar el conflicto, elevando la probabilidad de que la población sufra aún mayores perdidas humanas y materiales. Hay casos en que fiat iustitia, supone pereat mundus. Un ejemplo es el de la declaración del coronel Gadafi como reo del Tribunal Penal Internacional, lo cual constituye un incentivo para la resistencia a ultranza que está ofreciendo a la coalición internacional y a los rebeldes. Siguiendo ese precedente habría que judicializar los tratos de capitulación con la mitad o más de los líderes nacionales de la Tierra.

Este ardiente celo judicial lo muestran algunos, incluso cuando ya el conflicto ha encontrado una salida y solución política. El caso más egregio es el del juez Baltasar Garzón, que dictó una orden de detención internacional contra el general Augusto Pinochet, ex-presidente de Chile, cuando éste se había retirado del mando y la transmisión de poderes se había producido por medios democráticos impecables.

Este juez, curiosamente, ha sido protagonista, en dos fases o alternativas, del enfrentamiento del estado con ETA: primero en su denuncia y persecución de los crímenes de los GAL, durante el gobierno del Sr. González, y recientemente guardando en un cajón durante dos años de celo reprimido el expediente Faisán, activado por el juez Ruz. La judicialización de la política suele ir acompañada de su reverso: la politización de la justicia.

Antonio Sánchez-Gijón es analista de asuntos internacionales

lunes, 11 de julio de 2011

SUDÁN DEL SUR, DIFÍCIL ALUMBRAMIENTO

Publicado el lunes 11 de julio de 2011

Siguen los conflictos con el Norte y en el interior

Antonio Sánchez-Gijón.– Uno de los primeros móviles de la lucha por la independencia de Sudán del Sur ha sido la llamada "ley islámica" o sharía. Un pueblo mayoritariamente no musulmán gemía bajo el yugo de ese supuesto ordenamiento religioso-civil desde que se impuso en todo Sudán en 1989. Desde este punto de vista, la independencia del nuevo país es una derrota del fundamentalismo islámico. Y también de la civilización árabe. En efecto, la inmensa mayoría de la población del sur es de raza negra. El 65% de la población de la nueva nación practica cultos animistas, un 18% es cristiano y un 17% musulmán. El primer presidente del estado, Salva Kiir, es un católico.

El catolicismo llegó a Sudán del Sur de la mano de misioneros combonianos, en los tiempos coloniales. El presidente Kiir predica de vez en cuando en la catedral de Juba, la capital, situada en la ribera del Nilo Blanco. En la capital hay, desde 2009, una universidad católica, la Santa María.

Aunque es cierto que los conflictos armados entre el norte y el sur de Sudán comenzaron poco antes de la descolonización de 1956, los movimientos rebeldes del sur no se mostraron independentistas más que en los últimos años. La guerra abierta empezó al suspender Jartum, en 1983, el régimen de autonomía de que gozaba el Sur, y había de durar hasta el 2002. Se calcula que produjo dos millones y medio de víctimas mortales y cuatro millones de desplazados.

John Garang, líder del Movimiento Popular de Liberación Nacional (MPLN), y hoy considerado el "Padre de la Patria", era unionista. En 2005 había logrado la firma de un arreglo político por el que Jartum aceptaba la celebración, seis años después, de un referéndum sobre la independencia de diez provincias sureñas. De resultas de ese acuerdo Garang, fue elegido vicepresidente de Sudán. Su muerte en accidente de helicóptero, en agosto de 2005, fue un factor adicional de alienación entre el norte y el sur, pues se sospechó un sabotaje inspirado por el presidente sudanés al-Bashir. Los sucesores de Garang al frente del movimiento abandonaron la vía unionista y abrazaron el independentismo. Incluso después del acuerdo de 2005 continuaron los enfrentamientos, especialmente en la provincia de Kordofán Sur, de composición étnica mixta, y que iba a quedar fuera de la disposición del referéndum.

Esa provincia es de gran valor para el Norte, porque contiene los únicos pozos petrolíferos que le quedan después de la separación del Sur. La lucha se ha hecho particularmente violenta en las últimas semanas en el enclave de Abyei, entre Kordofan Sur y Sudán del Sur, y aunque provisionalmente ha quedado fuera del nuevo estado, a la espera de una consulta particular, su población se halla dividida étnicamente entre nubas y árabes, que viven sobre unas tierras fértiles que los unos dedican a la agricultura y los otros al pastoreo. Son de temer nuevos enfrentamientos entre los dos estados en muchos otros puntos, porque la frontera común de 2.000 km. ha sido demarcada de forma muy imprecisa.

Intereses compartidos

Hay, sin embargo, una condición estructural que puede favorecer las relaciones estables entre Jartum y Juba. El norte y el sur se necesitan para sacar provecho de los recursos petrolíferos del territorio. El 80% de la producción total de petróleo, de 500.000 barriles al día, se saca del sur, pero las refinerías están situadas en el norte, y los oleoductos llevan el crudo a los puertos norteños sobre el mar Rojo. La independencia del sur ha llegado sin que se haya logrado un acuerdo sobre el reparto de los beneficios. Lo mismo se puede decir de la deuda internacional del Sudán unido.

De momento, Jartum tiene en sus manos todas las cuerdas que abren o cierran la bolsa, que se supone ha de ser común durante un tiempo. Otra forma de dependencia es que el 60% del alimento consumido en el sur procede de, o transita por, el territorio del norte, así como la gasolina. Hasta que se negocien estas cuestiones cruciales, Juba va a depender principalmente de la ayuda exterior.

Se espera que sea muy significativa la ayuda de los Estados Unidos. La causa de Sudán del Sur es allí muy popular desde los primeros años de la presidencia de George W. Bush, quien hizo de la violencia extrema practicada por el régimen islamista de Jartum contra la región de Darfur componente de su guerra contra el terrorismo internacional. Bush tuvo muy presente que Osama ben Laden había pasado algunos años refugiado en Sudán, bajo el amparo de su gobierno, antes de instalarse en Afganistán.

Presión exterior

Fue la presión norteamericana y europea, con sanciones de todo tipo, y la acusación del Tribunal Penal Internacional contra Bashir por crímenes contra la humanidad, lo que logró que Jartum abriera la mano al acuerdo del 2005. El referéndum de independencia, celebrado a primeros del 2011, arrojó un resultado de 98% a favor.

De todas formas, hay signos de que la independencia no tiene necesariamente que equivaler a paz y prosperidad. La inauguración del presidente Kiir se produjo bajo algunos signos ominosos, como la presencia de algunos dictadores africanos; por ejemplo, Mugabe de Zimbaue y Obiang Nguema de Guinea Ecuatorial.

Las divisiones étnicas y religiosas que han plagado desde su independencia a Sudán pueden repetirse en Sudán del Sur. La población es étnicamente muy variada, pero la etnia de los dinkas, que es la mayoritaria, detenta los principales cargos de la administración y el mando de las fuerzas armadas. Estas, por sí solas, se llevan una cuarta parte del presupuesto. El ejército tiene como excusa la necesidad de confrontar los varios conflictos tribales actualmente vivos, que amenazan la estabilidad del nuevo estado. Uno de ellos es la rebelión del Ejército de Liberación de Sudán del Sur, que se sospecha está financiado por Jartum.

Las posibilidades de que Sudán del Sur acabe siendo un estado viable no son muchas. Los observadores extranjeros aluden a la corrupción rampante, la falta de élites preparadas, el atraso general de la población, la inexistencia de carreteras pavimentadas, etc. El 90% vive por debajo del nivel de pobreza, y el 80% es analfabeto. Más de la mitad de los niños entre 6 y 13 años no tienen escuela.

El país, sin embargo, no tiene fatalmente que degenerar en una nueva Somalia, como algunos temen. Se estima que su territorio de 612.000 km2 contiene riquezas minerales, y que las reservas de petróleo están en gran parte inexploradas. Hay muchas buenas tierras, y la población es pequeña, 8,5 millones.

Su posición geopolítica le orientará sin duda a buscar salidas al mar para sus tráficos a través de Kenya y Etiopía-Eritrea, sin detrimento del valor de su posición en el corazón del África tropical. Los chinos explotan ya su petróleo; la compañía francesa Total goza de una licencia de exploración sobre más de 100.000 km2. Juba es hoy un polo de atracción de inmigrantes emprendedores en busca de oportunidades.

El nuevo niño ha nacido muy precario. No le faltan, sin embargo, padrinos. Veremos

viernes, 8 de julio de 2011

LA DEFENSA EUROPEA, EN UNA ENCRUCIJADA MILITAR Y TECNOLÓGICA

Publicdo el 7 de julio de 2011

España anuncia rebajas en su esfuerzo militar



Antonio Sánchez-Gijón.- La Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD), instituida por el tratado de Lisboa, no ha pasado la prueba de Libia, y aún está por estrenarse en una crisis militar mayor. Libia era un caso que ni pintado para que la Unión Europea hubiera estrenado su PCSD. Ese país se encuentra en su área de interés: la ribera sur de Europa; desde Libia se han lanzado ataques terroristas y militares contra territorio europeo; el coronel Gadafi había iniciado en el pasado programas de armas de destrucción masiva; una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas avalaba la intervención por razones de protección de la población. Nada de lo que ocurriera en Libia podía ser indiferente a la Unión. Sin embargo, la Unión se contentó con aprobar el pasado 1 de abril una misión de apoyo a la ayuda humanitaria, que en su aspecto militar tuvo que ser encomendada a la OTAN.

Entonces, ¿qué diablos es la PCSD que no se ocupa ni de S ni de D cuando las tiene delante de sus narices? El tratado de Lisboa la define como “parte integral de la Política Exterior y de Seguridad Común, cuya misión es dotar a la Unión de capacidad operativa mediante el recurso a sus activos civiles y militares”. ¿Pero dónde se hallan esos activos civiles y militares? Lo dice más adelante: “la realización de esas tareas se llevará a cabo utilizando las capacidades suministradas por los Estados Miembros de acuerdo con el principio de un único conjunto de fuerzas”.

Pronto quedó claro que Libia no iba a ser una operación de la Unión. El país más rico y poblado de la Unión, Alemania, se abstuvo en la votación de la resolución 1973 del Consejo de Seguridad, que autorizaba una zona de exclusión aérea y marítima sobre Libia. Una vez la Unión tuvo la resolución en sus manos, se formó una coalición bajo el liderazgo de una potencia extraeuropea, los Estados Unidos, y Alemania rechazó unirse a ella. Pronto se formó un liderazgo europeo informal entre el Reino Unido y Francia para intervenir militarmente, pero tuvieron que ser los Estados Unidos los que proporcionaran las capacidades militares “de apertura” (sus sistema de mando y control sobre los espacios aéreo y marítimo de Libia y sus centenares de misiles aerotransportados para las salvas iniciales).

Sin embargo, el Tratado de la Unión Europea, al que el Tratado de Lisboa se remite, dice que “la política común de seguridad y defensa de la Unión no prejuzga el carácter específico de la política de seguridad y defensa de ciertos Estados Miembros”. Es decir, que son los estados los que tienen entera libertad para determinar el cómo, cuánto, cuándo y dónde de su aportación a la PCSD, pero la Unión, como tal, no podrá hacer nada por sí. Lo que los estados den, se agrupará bajo lo que el tratado llama “cooperación estructurada permanente”, que se consagra específicamente a la formación de fuerzas multinacionales, armonización de los programas de armamentos, formación de unidades de combate para misiones específicas, etc. Su órgano central es la Agencia Europea de Defensa, de la que más tarde diremos algo.

Si las capacidades militares de la Unión como tal son una “unknown quantity” por falta de uso, no ocurre lo mismo con el agregado de las capacidades militares de los países europeos medidas en términos financieros, ya que éstas alcanzan el 60% de las de Estados Unidos, y rebasan a las fuerzas de este país en 500.000 efectivos humanos. Anand Menon, en el último número de “Survival”, la revista bimensual del International Institute For Strategic Studies, aporta una serie de datos abrumadores que ponen de relieve la incoherencia de la proclamada política europea y de los sucesivos compromisos nacionales de contribución a la PCSD. Sólo tres países de la Unión (Reino Unido, Irlanda y Finlandia), han cumplido su compromiso de mantener el 8% de sus fuerzas en condiciones de conducir operaciones exteriores. También sufren de una sobrecapacidad en sistemas de armas del pasado: los europeos tienen 10.000 tanques y 2.500 aviones de combate. Sin embargo, falta que Europa suministre el número de instructores del ejército afgano a que se había comprometido.



Proteger la tecnología y la industria militar



Lo único verdaderamente activo de la PCSD es la Agencia Europea de Defensa (AED), al menos mientras los estados europeos no se decidan a dar el paso hacia la integración operativa de sus fuerzas armadas, más allá de las unidades conjuntas ya establecidas en el papel. La agencia trata de coordinar y armonizar los mecanismos de procuración de los sistemas de armas, homogeneizar sus características operativas y proponer directrices para la adquisición de armamentos. Tiene en marcha algunos proyectos importantes, como el de disponibilidad de helicópteros, la Flota Europea de Transporte Aéreo, y la inclusión de sistemas aéreos no tripulados en el inventario de las fuerzas armadas europeas. La agencia tiene en marcha cuatro programas permanentes sobre estimación y desarrollo de las capacidades, investigación y tecnología de la defensa, la cooperación en armamentos y el desarrollo de la base industrial y tecnológica de la defensa. El autor mencionado anteriormente se muestra bastante escéptico respecto de la capacidad de la AED para siquiera cumplir esta misión de coordinación y estimulación, ya que su junta de gobierno está formada por los 27 ministros de Defensa de los países de la Unión, cada uno de ellos con sus compromisos caseros en cuanto a intereses corporativos de las fuerzas armadas, los de sus industrias militares, etc.

Con todo, el papel de la AED puede ser muy útil para estimular el crecimiento conjunto de las capacidades europeas en un sistema de armas particular que va afirmando por doquier (Afganistán, Pakistán, Yemen, Libia, etc.) su preponderancia en los cálculos tácticos y estratégicos de los jefes militares: me refiero a los vehículos no tripulados de combate. Aunque los tres ejércitos (tierra, mar, aire) se ven concernidos por ellos, es la fuerza aérea la que más va a sentir su irrupción.

En efecto, los vigentes planes europeos de construcción de aviones de combate (Typhoon, Rafale, Gripen) se habrán consumado en 10 a 15 años, y ya es cuestión urgente decidir qué nueva generación de modelos los van a sustituir. Aquí se presenta la disyuntiva: tripulados/no tripulados, o en qué proporción.

Mientras hay países que no están dispuestos a perder el capital tecnológico y económico de sus industrias de armamento, parece que es precisamente ahí donde España va a reducir sus presupuestos de defensa, según se deduce de lo dicho por el secretario de Estado, Constantino Méndez Martínez, quien es citado en el “Military Balance 2011”, del IISS: “después de anunciar recortes al presupuesto de defensa español, (anunció) que las fuerzas armadas tendrán dificultades en invertir en nuevos sistemas si mantiene la misma estructura de fuerzas” Y añadió textualmente: “La industria tiene que ser consciente de que el ciclo de modernización se ha acabado y pasará mucho tiempo antes de que se puedan considerar de nuevo inversiones de la misma escala”. Para acabar de ilustrar la política de defensa del actual gobierno, podemos ir a la parte estadística del “Balance”, en que se señala el decrecimiento de los presupuestos españoles de defensa: en 2009 el gobierno del Sr. Rodríguez Zapatero asignó 7.840 millones de euros a esta función, en 2010 habían sido 7.690 millones y en 2011, 7.150 millones.

Aunque es verdad que los presupuestos de defensa de los países europeos más grandes también están en vías de reducción, no parece que sean muchos los que se resignen a perder o debilitar sus conquistas industriales y tecnológicas. En esto, al menos, España no se acerca al corazón de Europa, como nos advierte el Sr. Méndez Martínez.