miércoles, 31 de agosto de 2011

UCRANIA, VEINTE AÑOS DE INDEPENDENCIA

Publicado el lunes 29 de agosto de 2011
Antonio Sánchez-Gijón.– Este 24 de agosto los ucranianos celebraron el vigésimo aniversario de su independencia. Apenas unos pocos medios de comunicación occidentales se han acordado de la efemérides. No habría sido así hace tres o cuatro años: entonces Ucrania estaba en la órbita de Occidente. Hoy está en la órbita de Rusia. Todos somos conscientes de que Europa no está para ambiciones geopolíticas. En 2004, el ex-aparatchik Victor Yanukovich ganó una elección presidencial amañada, lo que provocó la "revolución naranja", liderada por Victor Yuschenko. Elegido presidente, Yuschenko se acercó a la OTAN y a la Unión Europea. La Alianza Atlántica le abrió las puertas; la Unión, que siempre ha preferido que la OTAN vaya por delante, aguardó un tiempo prudencial, quizás demasiado prudencial. Pues bien, ahora ni OTAN ni UE. Lo mejor que se puede esperar de Ucrania es que se mantenga lo más independiente de Rusia que le sea posible.

Yuschenko fue un presidente débil, debilitado aún más por las disputas con la que fue durante algunos años su primera ministra, Yulia Timoshenko. Yuschenko se abrió a Europa; por ejemplo, suprimió para los ciudadanos de la UE el visado de entrada en Ucrania, sin exigir reciprocidad. Esta incondicionalidad estimuló a la opinión pro-rusa de Ucrania, especialmente localizada en el Oriente industrializado del país, a envolverse en la bandera del patriotismo. La primera ministra resistió las tensiones entre Occidente y Rusia, características de la equívoca posición geopolítica de Ucrania: se opuso a la condena de la intervención de Rusia en la guerra de Osetia del Sur-Georgia, deseada por Yuschenko, pero se acercó a George Bush y después a la secretaria de Estado Hillary Clinton.

En la elección presidencial a segunda vuelta de 7 de febrero del 2010 el ex-presidente Yanukovich recuperó la presidencia, con una victoria por estrecho margen sobre Timoschenko. Yuschenko, el hombre de Europa, obtuvo poco más del 5% de los votos. Volvía, pues, con toda la fuerza el hombre por el que apostaba Moscú.

Rusia volvió a gozar de vara alta en Kiev. La prensa favorable al presidente presenta la nueva situación como una política de no alineación. Teóricamente, se mantienen algunos lazos de colaboración con la Alianza Atlántica, y la entrada futura en la Unión Europea sigue siendo política oficial del presidente y de su primer ministro, Mykola Azarov, nacido ruso y nacionalizado ucraniano.

El golpe de timón pro-ruso ha quedado consagrado recientemente por la extensión del arrendamiento de las bases navales de Crimea, que había de caducar en 2017. Por el nuevo acuerdo, de abril del 2010, Rusia gozará de esas bases hasta 2042. A cambio, Ucrania recibirá precios favorables en el suministro de gas natural ruso.
Entrada en la Unión Europea

Las expectativas de ingreso en la Unión Europea son muy reducidas, y no sólo por culpa del "no alineado" Yanukovich. En efecto, nunca hubo una acogida calurosa en Bruselas a los anhelos europeístas de Yuschenko. Europa se había sentido obligada a aceptar en la Unión a los países que habían sido sojuzgados por la Unión Soviética, pero no quería asumir responsabilidad respecto de Ucrania, puesto que había sido parte de la propia URSS.

La política de la Unión para con Ucrania fue formulada en 2000 por el presidente de la Comisión, Romano Prodi. Se abriría con Ucrania una agenda con tres fines: concederle un estatuto de asociación; negociar a largo plazo una zona de libre comercio, y conceder el libre acceso de los naturales de Ucrania a la Unión por breves periodos.

Estas modestas ventajas, sin embargo, no constituyen las únicas alternativas que se le ofrecen a Ucrania. El país goza ya de una zona de libre cambio con Rusia y con la Comunidad de Estados Independientes, junto con Bielorusia y Kazakstán.

Hasta qué punto estas orientaciones básicas de naturaleza geopolítica son definitivas, no está claro. Muchos piensan que la política de no alineación de Yanukovich es un compás de espera para el momento en que la Unión se muestre en condiciones políticas y económicas de ayudar a un país tan grande como Ucrania (la misma población que España, cien mil km. cuadrados mayor) a integrarse. O viceversa, que Ucrania esté en condiciones de hacerlo, cuando acredite que posee instituciones democráticas y que en el país rige el estado de derecho. El cuerpo político de Ucrania padece un alto grado de corrupción.

El mal afecta especialmente a la judicatura. El parlamento está lleno de hombres de negocios, algunos de ellos multimillonarios que en él cultivan amorosamente sus intereses. La detención y el juicio abierto contra Yulia Timoshenko por supuesta extralimitación de sus funciones en su contrato del gas con Rusia en 2009 no engaña a nadie: se trata de un juicio político, abierto por políticos. Los grupos mediáticos principales están en manos de amigos del gobierno. La minoría tátara de Crimea sufre persecución, en sus personas y propiedades. Las fundaciones de derechos humanos no son bienvenidas en la Ucrania de Yanukovich.

Mientras la Unión Europea no invite a Ucrania a integrarse será muy difícil rectificar su marasmo institucional por medio de rigurosas exigencias de reforma. Es lo que está haciendo una misión del Fondo Monetario Internacional en el plano de la economía. Entretanto, Ucrania se mirará cada vez más en los ojos de Rusia y su capitalismo de compinches. Rusia está interesada en reunificar en lo posible la industria militar de los dos países, herederas de la Unión Soviética. Si hace veinte años la independencia respecto de Rusia era apoyada por el 90 por ciento de la población, hoy sólo la suscribe el 50% de los ucranianos.

Es urgente que la Unión Europea ponga de nuevo los ojos en Ucrania. Su gran población, su vastedad física, sus inmensos recursos agrícolas y su potencial industrial, así como su posición geopolítica sobre el mar Negro y su vecindad con los países de la frontera este de la Unión, hacen del acercamiento con Ucrania un imperativo político al tiempo que una oportunidad económica.

EE-UU-CHINA, LA ESTABILIDAD COMO DOGMA

Publicado en Capìtal Madrid.com, el 19 de agosto de 2011
Antonio Sánchez-Gijón.- La extraña leyenda del amor entre la gran dictadura socialista de Asia y la gran democracia capitalista de Norteamérica tiene un capítulo nuevo que dice así: “…y llegó a Pekín el vicepresidente de los Estados Unidos, Joe Biden y pronunció el ábrete sésamo que siempre te ganará el corazón del emperador chino: “estabilidad”. Primero la invocó ante los medios que le acompañaban; luego en su conversación con el vicepresidente chino Xi Jinping: “Estoy absolutamente seguro de que la estabilidad económica del mundo depende en gran parte de la cooperación entre los Estados Unidos y China”. Y remachó más tarde: esa colaboración “es, desde mi punto de vista, la clave de la estabilidad mundial”.

Llegaba Biden a China para dos objetivos: familiarizarse con el futuro presidente y secretario general del partido comunista chino, Xi Jinping, así como con el que será sin duda próximo primer ministro, Li Kegiang (quienes serán designados a finales del 2012 para suceder respectivamente al presidente Hu Jintao y al primer ministro Wen Jiabao) y tratar de transmitir tranquilidad a los gobernantes chinos sobre la posición del dólar como principal moneda de reserva del mundo, en momentos en que el presidente Obama se halla bajo presión mundial para que la Reserva Federal inyecte liquidez en dólares a la flaqueante economía norteamericana, y contribuya a impedir que la del mundo caiga en recesión, lo cual, sin embargo, produciría una desvalorización de las reservas chinas en dólares ($1,2 billones), y la consiguiente revalorización del renmimbi y pérdida consiguiente de la competitividad de las exportaciones.

La palabra “estabilidad”representa la idea-fuerza que ha guiado a China desde los años ochenta. Nadie la expresó mejor que el padre de su modernización, Deng Xiaoping, cuando vio que el mundo al que estaba habituada la China comunista, la de una constelación de países socialistas más o menos amigos, más o menos hostiles, empezó a derrumbarse a finales de 1989: “En la presente situación internacional, toda la atención del enemigo se concentrará en China. Y usará cualquier pretexto para causarnos problemas, para crearnos dificultades y presionarnos. (Por tanto China) necesita estabilidad, estabilidad y todavía más estabilidad”. Esta era también la forma en que Deng trataba de justificar la brutal represión que había desencadenado meses antes (junio de 1989) contra las protestas masivas que terminaron con la matanza de la plaza de Tian Anmen, y que podían desembocar, según él, en una guerra civil. “La inestabilidad de China causaría la inestabilidad del mundo, lo que podría implicar a las grandes potencias”, le explicó años después a Henry Kissinger. Para él, la filosofía materialista se sintetizaba en una breve sentencia: “el desarrollo es el principio absoluto”.

La visita de Biden ha sido precedida por una sintomática campaña de la prensa china encareciendo las virtudes de las reformas a largo plazo, la reducción de los déficits, el ahorro y la creación de puestos de trabajo. El director de la agencia china de calificación Dagong, Guan Jianzhong, declaró recientemente a Der Spiegel que “el potencial de desarrollo económico, así como los ingresos y los gastos de su economía (de los Estados Unidos) están teniendo unos rendimientos muy pobres”. Lo que para China representó en su día el dogma supremo de estabilidad político-social interna, hoy lo representa al parecer la estabilidad del dólar. De ahí el susto de las autoridades chinas cuando vieron recientemente a los Estados Unidos bordear el abismo del “default” de las cuentas públicas norteamericanas. Pero como se preguntaba recientemente Georges Soros, ¿qué contribución está haciendo China a la estabilidad de la economía mundial? Muy poco. Por ejemplo, ¿qué efecto puede causar en los equilibrios mundiales una economía china que ha crecido en el último año a un 9,5% mientras el resto de las economías industriales se empantanan en el 1% o 2%?

Es probable que los chinos respondan que ya están contribuyendo a la economía mundial dejando que el renmimbi se revalúe lentamente, lo que puede haber contribuido a que las exportaciones norteamericanas a China crecieran más rápidamente que a ningún otro bloque económico en el último año, aunque con un volumen total poco acorde con la magnitud de las primeras economías del mundo: poco más de $100.000 millones. También las cifras de las reservas chinas en dólares deben relativizarse de acuerdo con los volúmenes globales: con una deuda pública de Estados Unidos, de 13 o 14 billones de dólares, los títulos detentados por China son algo menos del 10%, aunque quizás representan la cuarta parte del total de reservas de China. Pero son unas reservas que no paran de crecer; por ejemplo, $153.000 millones en el segundo trimestre del año.

¡Una bicicleta con ruedas!
La estabilidad puede convertirse en una trampa para China. Al parecer, no hay quien mueva a la sociedad china a que consuma más y no ahorre tanto. Quizás una elevación de las aspiraciones sociales y materiales, que tanto tienen que ver con las expectativas políticas, ayudaría bastante. Pero la aparición en fuerza de demandas populares de bienestar correría el peligro de ser vista como una amenaza a la estabilidad política. El liderazgo chino parece metido en un círculo vicioso pero no muestra la audacia necesaria para reformular el principio de estabilidad de forma distinta a como lo hizo en su día Deng Xiaoping.

Afortunadamente, nada de estas alternativas parece implicar, por ahora, un riesgo estratégico. La apenas formalizada relación de seguridad entre China y los Estados Unidos no presenta alteraciones alarmantes..., de momento. Mucho se ha querido ver en la reciente entrada en servicio del primer portaviones chino, un viejo casco de origen ucraniano reconstruido. De más alcance es el desarrollo de misiles antinavales de largo alcance, que pueden dar alguna inquietud a la VII flota norteamericana y su enorme poderío aeronaval. Mucho se ha hablado también de los cálculos chinos para construir en la costa pakistaní una base naval, que ayude a la marina a proyectarse sobre el Índico y los estrechos del sudeste de Asia, por donde pasan suministros vitales. En este sentido, hay que prestar atención a formas latentes de hegemonismo sobre el mar del Sur de China, y sus pretensiones sobre las islas Spratly y Paracelso. Pero quizás aquí también se aplica el dogma de la estabilidad, que una reivindicación abierta podría romper. Del mismo modo, no se espera que el suministro de unas escuadrillas de aviones F-16 de nueva generación a Taiwán vayan a envenenar el consenso en materia de seguridad entre China y los Estados Unidos, también establecido en la época de Deng.

Nada de esto importa ahora. Lo que contaría, por lo menos desde el punto de vista de los Estados Unidos, es lo que Henry Kissinger postuló hace algo más de un año: los Estados Unidos y China deberían entrar en un ciclo económico en que el consumo de uno alimentase la producción y las exportaciones del otro, para a continuación cambiar el sillín. Al fin y al cabo, la estabilidad sólo se consigue dándole vueltas a unas ruedas…

lunes, 22 de agosto de 2011

OTRA CRISIS DE LIDERAZGO EN JAPÓN

Se produce en el momento más inoportuno cuando la economía se recupera


Antonio Sánchez-Gijón.– La recuperación de Japón después del terremoto, el tsunami y el desastre nuclear de Fukushima va viento en popa: la producción fabril creció 3,9% en junio, y el cálculo para julio es del 2,2%. Se prevén crecimientos fuertes en los meses inmediatos, hasta que la capacidad perdida por aquellas catástrofes sea totalmente recuperada. Este impulso, sin embargo, se verá afectado por la crisis política del partido gobernante, el Democrático de Japón (PDJ) y contrarrestado por una fuerte revaluación del yen, en correspondencia con la fuerte devaluación del dólar y otras monedas, y unas sombrías perspectivas económicas en gran parte del mundo. Si el yen estaba en 2010 en torno a los 83-84 por dólar, en agosto se ha situado en 76,25 por $1. Así, el yen aumenta su importancia como moneda-refugio, aunque como contrapartida la revaluación reduce el valor de repatriación de las ganancias empresariales en el extranjero.

En esta fluctuante situación, cuando más falta haría un gobierno fuerte que echase una mano a la economía mundial, el gobierno de Naoto Kan se halla sumido en otra crisis de sucesión, que hará que a finales de mes el primer ministro sea sustituido por otro hombre de su partido. El PDJ tiene tanta tendencia a las crisis como el partido liberal democrático, que lideró durante decenios la vida política de Japón y protagonizó su asombroso boom de los años setenta y ochenta, pero también los decenios de estancamiento que siguieron.

El primer ministro Kan habrá estado en el poder poco más de un año. En efecto, sucedió a Yukio Hatoyama en junio de 2010, quien dimitió debilitado por el conflicto con los habitantes de Okinawa sobre el futuro de la base norteamericana en esa isla. En las elecciones generales del 2009 el partido se había presentado con la propuesta de desplazar la base, y por eso pudo Hatoyama contar con el apoyo del partido socialdemócrata. Sin embargo, no le fue posible superar los problemas diplomáticos e internos que la retirada crearía, y quiso retractarse, lo que hizo que los socialdemócratas retiraran su apoyo al gobierno, lo que a su vez causó que el PDJ perdiera la cámara alta. Tan pronto como Kan sucedió a Hatoyama, comenzó su propia erosión política al sugerir doblar el impuesto del 5% sobre las ventas y al aparecer como débil ante las presiones de China para liberar a un capitán de barco chino, apresado en aguas que Japón alega como propias, y la disputa territorial de China sobre la soberanía japonesa sobre las islas Senkaku/Diaoyu. Tampoco logró que los okinawenses aceptaran que la base norteamericana fuera trasladada a otro lugar... de Okinawa.

Hasta el fin de semana recién pasado no había un candidato claro al liderazgo del PDJ. Se han postulado a sí mismos varios ministros, entre otros el de Hacienda, Yoshihiko Noda, quien acaba de declarar que no va a subir los impuestos, aunque siempre se le ha atribuido esa intención. Contra Noda se han elevado los sectores de opinión extranjera opuestos a las tendencias revisionistas de muchos japoneses sobre el comportamiento de su país durante las ocupaciones de China, Corea, Filipinas, etc. antes y durante la segunda guerra mundial. En efecto, en 2005 Noda reivindicó el honor de muchos militares condenados como criminales de guerra y cuya condición de tales Japón mismo había tenido que reconocer expresamente, por el tratado de paz de San Francisco, de 1952.

También son candidatos el anterior ministro de Exteriores Seigi Mahehara, el de Agricultura Michihiko Kano, el de Economía Banri Kaieda y otros más. Todos deben ganarse el apoyo de las dos figuras claves del partido, es decir, su presidente, Hatoyama, que comanda un grupo de unos treinta diputados, e Ichiro Ozawa, anterior líder del partido y que comanda la lealtad de 120 legisladores.

La selección de candidato parece que va a ser tan expeditiva (aunque ligeramente más democrática) como la del nombramiento de nuestro Alfredo Pérez Rubalcaba como candidato del PSOE a las elecciones generales y su autoproclamación como líder del partido, hace un par de semanas. En efecto, el PDJ se ha dado a sí mismo dos días de discusión de las candidaturas, en el 27 y el 28 de agosto, y ha fijado la elección para el día 29. Los dirigentes del partido alegan que urge resolver la cuestión del liderazgo porque hay que aprobar el tercer presupuesto extraordinario para la reconstrucción post-terremoto y post-Fukushima, así como el presupuesto para el próximo año.

La conjunción de las catástrofes y la crisis económica mundial reclaman un liderazgo fuerte de Japón, que posiblemente sus fuerzas políticas no están en condiciones de proporcionar. En realidad, no lo están porque la sociedad no lo demanda con fuerza imperativa. La japonesa es una sociedad avejentada, y las demandas de bienestar de sus amplias mayorías ya están básicamente satisfechas. Es un país de status quo. Aunque existen algunas capas de pobreza, hay una resistencia maciza a elevar los impuestos; el político que lo propone cae fulminado. Lo mismo le pasa a los que proponen reformar los sectores industriales y sociales favorecidos por los subsidios.

Las finanzas nacionales, sin embargo, permiten todavía cierto desahogo. En efecto, con una deuda pública a largo plazo de $10,3 billones y un ahorro nacional de $18 billones, el gobierno tiene aún recorrido para afrontar el déficit de $0,53 billones del presupuesto del 2011 y afrontar los gastos de reconstrucción, que pueden oscilar entre $50.000 y $70.000 millones, a los que habría que añadir en los próximos años hasta más de $1 billón para las obras de infraestructuras que protegerían al país contra desastres como los de marzo del 2011.

El esfuerzo de reconstrucción podría contrarrestar en parte el efecto adverso de la apreciación del yen. Muchas grandes empresas están pensando en llevar su producción fuera del país, si el yen sigue subiendo.

En resumen, lo que vemos en Japón, hasta hace poco la segunda economía del mundo y ahora la tercera, es un país que necesita que un líder se atreva a "echar el país p'adelante" con la reconstrucción, y que existe la necesidad de que una economía que todavía no se halla al borde del abismo empuje un poco al resto del mundo. Veremos.

Publicado en Capital Madrid.com el 22 de agosto de 2011

lunes, 15 de agosto de 2011

OCIO VERANIEGO, REFLEXIONES OCIOSAS

Ocaso de la socialdemocracia y cansancio de la Revolución Cultural
Publicado el 15 de agosto 2011 en CapitalMadrid.com
Antonio Sánchez-Gijón.– El malestar de Occidente tiene causas inmediatas que resulta fácil desagregar en sus componentes y fases. Por un lado están sus elementos económicos: crisis bancaria, crisis del sistema fiduciario, crisis de la deuda y de los déficits nacionales. Por otro están los síntomas de una crisis ideológica: rebelión conservadora en los Estados Unidos, rebeldía juvenil y criminal en el Reino Unido, movimiento 15-M en España, y hasta si se quiere el desnortado terrorismo de un alucinado noruego. Todo tiene por telón de fondo una crisis política, que en Europa ha supuesto que los gobiernos socialistas hayan casi totalmente barridos, y en los Estados Unidos que el liderazgo del presidente Obama haya llegado al final de su mandato con muestras de agotamiento.


Quede para un filósofo de la historia determinar si todos esos síntomas se corresponden con el diagnóstico spengleriano de la decadencia de Occidente. Más modestamente, un europeo observador habitual de lo que pasa se contentaría con arriesgar este diagnóstico: la socialdemocracia está en crisis y ya no puede seguir dando cuenta del futuro europeo. Y no lo puede hacer porque los supuestos tecnológicos y la infraestructura material sobre los que se levantaba ya no están ahí. Eran éstos la producción en masa de bienes standarizados, por obreros igualmente standarizados por su tipo de formación profesional, sus habilidades y su encuadramiento regular en sindicatos, todos protegidos por leyes rígidas de aplicación universal, y un sistema de bienestar social incondicionalmente concedido.

Se trataba en su día de un modelo creado para dar satisfacción al espíritu reivindicativo de los trabajadores "de mono", aparecido y difundido en los tiempos en que la mano de obra suponía el 55% del precio del producto final. Hoy día ese costo laboral se ha reducido ¿al 20%, al 11%? También el trabajo de cuello blanco empieza a estar amenazado por los automatismos de la digitalización y la robótica, gracias al software creado por unos cuantos cientos de miles de tecnólogos de la informática. Marchamos hacia la sociedad post-industrial; o puede que ya estemos en ella pero aún no nos hemos dado cuenta.

Tan pronto como los gobiernos europeos, tanto socialistas como conservadores, se sintieron, a finales de los años noventa del siglo pasado, satisfechos por haber alcanzado lo esencial de los programas socialdemócratas (las famosas "conquistas sociales" que, en su ocaso, el gobierno español nos remacha cada día), empezaron a darse cuenta de que los rendimientos sociales y materiales de la producción ya no daban para pagar tantas conquistas. Entonces, bajo el temor de perder las bases electorales de su poder, el programa socialdemócrata se reinventó a sí mismo adoptando una ideología convenientemente apellidada progresista, que trató de llevar a la sociedad a una reforma de las costumbres para la liberación de todas las alienaciones: culturales, religiosas, consuetudinarias, sexuales, estéticas, etc.

En este sentido, en Europa, pero especialmente en España con los gobiernos del Sr. Rodríguez Zapatero, hemos vivido una especie de Revolución Cultural, que en su estructura social e ideológica no se diferencia mucho de la lanzada por Mao Tse Tung en los años sesenta del siglo pasado, después de que el sistema de producción comunista por él mismo impuesto, encontrara sus límites materiales: unos límites que no daban siquiera para alimentar a las masas. Si en China la Revolución Cultural trató de

erradicar cualquier residuo de la cultura tradicional basada en el confucianismo, en Europa, y especialmente en España, se trató de relativizar o pasar por alto una serie de valores convencionalmente arraigados, y que habían conformado históricamente la familia, los usos sociales, el sentido de identidad nacional, etc. Así, la familia se contrajo a un pacto de mutuas conveniencias, la nación se vio como un concepto discutido y discutible, y la unidad nacional, en lugar de ser "un plebiscito cotidiano", se hizo el precipitado aleatorio y provisional de unas combinaciones electorales. Y en toda Europa, la noción de unidad cultural, basada en la referencia que casi todas sus sociedades hacían al origen común en la Grecia y la Roma clásicas y en el cristianismo, quiso fundamentarse sobre el abstracto modelo del humanismo kantiano, universal, para el que los atributos culturales de las personas deben ser protegidos contra cualquier valoración nocionalmente discriminatoria, porque, como ya se sabe, todas las culturales valen lo mismo. Es el multiculturalismo, que en Europa levanta áspera oposición en capas cada vez más amplias de la opinión pública, pero que en España nunca nos llevará a la división social o política porque felizmente practicamos los postulados de la Alianza de Civilizaciones..., o eso nos aseguran.

Pero contendré este discurso mental, propio del ocio del verano, si no quiero meterme en berenjenales metafisicos. Y me detendré en la Revolución Cultural y en la salida que el genio chino supo darle a aquel disparate, gracias también a un hombre genial, el humilde y sabio Deng Xiao Ping, que asumió el liderazgo de China a poco de la muerte de Mao. Hombre práctico, Deng tenía una filosofía muy simple: "Lo que necesita el tiempo presente es poner orden en todas las cosas. La agricultura y la industria necesitan ser puestas en orden, y las políticas cultural y artística también deben ser reajustadas. Ajustar es poner las cosas en orden. Al poner orden en las cosas tratamos de resolver los problemas de las áreas rurales, de las fábricas, de la ciencia y de la tecnología, y los de todas las otras esferas". Para Deng, la modernización de China sólo podía lograrse a través de la ciencia y la tecnología, las cuales, a su vez, sólo eran posibles a través de la educación.

Mirarse en el espejo

Esta filosofía de gobierno tan básica, tan elemental, gracias a la cual China pudo regenerarse tras los desastres de la Revolución Cultural, quizás pueda ser de alguna utilidad para los pretendientes a gobernarnos a partir de las elecciones de noviembre. Ya sabemos que la base material de nuestra producción social y económica ya no da más de sí; también sabemos por Deng que la modernización sólo se alcanza gracias a la ciencia y la tecnología, y que éstas dependen de la educación. Y que la educación española es un desastre sin paliativos: calidad de la enseñanza primaria en un ranking de 139 países, puesto 93; enseñanza secundaria y profesional, puesto 107; matemáticas y ciencias, puesto 114.

Hay, pues, que sacar mediante la educación a una grandísima parte de nuestra juventud de su particular revolución cultural, consistente en una tendencia instintiva al desaseo al ruido, al mal gusto de las pintadas, a la procacidad e incompetencia del lenguaje, el abandono escolar, reflejo todo ello de la pérdida de autoridad de familias y maestros, de la que familias y maestros son responsables, pero no sólo ellos.

Pero volvamos a lo de las bases materiales sobre las que debe construirse cualquier programa de estado de bienestar. Un desarrollo basado en el conocimiento hará que gran parte de la juventud "beneficiada" por la revolución cultural que sufrimos sea prácticamente inempleable, si no se la recicla por métodos hasta cierto punto coercitivos; por ejemplo, quitándole beneficios del estado de bienestar. Y poner como

horizonte de la juventud muy o medianamente preparada la innovación tecnológica, comercial, fabril, la inventiva y el espíritu emprendedor. ¿Por qué nuestros candidatos a la presidencia del gobierno no se pasan unos días estudiando los centros tecnológicos de Berlín, o el Instituto Skolkovo de Moscú o de Silicon Valley, o cualquier centro de excelencia en enseñanza media, y nos dan muestras de que intentan ponerse al día sobre el mundo post-industrial y post-revolución cultural que se nos avecina, después de que la social-democracia, al agotarse, nos haya dejado en la estacada?


martes, 9 de agosto de 2011

China, ante el dilema de la sucesión

En 2012, el liderazgo de la República Popular deberá ser renovado


Antonio Sánchez-Gijón.– Tan pronto como la secretaria de Estado Hillary Clinton terminó su agenda en Honkong a principios de la semana pasada, tomó un coche y pasó al continente para entrevistarse con el guru de la política exterior china, Dai Bingguo. La existencia y la importancia de este Dei, consejero de Estado de la República Popular China, nos fue revelado a los que no somos sinólogos profesionales por Henry Kissinger, el ex-secretario de Estado de los presidentes Nixon y Ford, en su reciente libro "On China". Kissinger prácticamente hace votos en su libro por que China adopte el "Camino del Desarrollo Pacífico", predicado por Dei, persona a la que sin duda admira y con la que ha intercambiado opiniones durante diez años.

En este sentido, Dei es una adición a la lista de dramatis personae con las que Kissinger gustaba cruzar su florete en combates intelectuales, como Zhu Enlai, el eterno primer ministro de Mao, Deng Xiaoping, el presidente que puso patas arriba la China de éste, o sus coloquios "de ultratumba" con los cancilleres Bismarck y Metternich, por decir sólo los más notables de sus interlocutores.

El artículo a que se refiere Kissinger fue publicado por el ministerio chino de Asuntos Exteriores en diciembre del 2010, y por lo tanto puede considerarse una declaración oficial de intenciones del gobierno de Pekín. Dei afirma que la política propuesta "es el resultado de un profundo reconocimiento de que tanto el mundo como la China de hoy han sufrido enormes cambios, al tiempo que las relaciones de China con el mundo han contemplado cambios similares; de ahí que sea necesario aprovechar tal realidad y adaptarnos al cambio". Habiendo partido hace treinta años de un desarrollo basado en la lucha de clases, dice Dei, China ha pasado a la construcción económica por medio de la modernización socialista, y "de un estado de aislamiento y de un aislamiento centrado en la autosuficiencia, a abrirnos al mundo exterior y al desarrollo de la cooperación internacional". Dei podía haber añadido: también hemos pasado a la sociedad de consumo (al menos gran parte de la sociedad) y al rango de segunda potencia económica del mundo.

Esta reafirmación de la política china, iniciada bajo el liderazgo de Deng Xiaoping en los años ochenta, llega en vísperas de otra de esas crisis aurorales que se producen en China con la llegada de una nueva generación de líderes. La próxima (la quinta según los sinólogos) ocurrirá en 2012, cuando el comité central del partido comunista elija al sucesor de Hu y éste a su vez proponga probablemente un nuevo primer ministro que suceda al actual, Wen Jiabao.

Puede esperarse, por tanto, que la gran cantidad de problemas que se están acumulando en la agenda china se vean condicionados por la perspectiva de un cambio de liderazgo, con los peligros (y oportunidades) que tales sucesos conllevan. De momento China ve cómo se le acumulan los problemas. Sus problemas, además, tienen una proyección sobre la seguridad internacional, tanto en el plano económico como de la geopolítica.

Extrañará que no comience aludiendo a los problemas económicos internos y su proyección exterior, sobre todo a través de la deuda norteamericana atesorada por el Banco Central chino. Antes de hacerlo hay que pararse en la estructura de poder china: un partido comunista de 80 millones de miembros, dirigido por un comité central, frente al que han surgido muchos nuevos líderes regionales que han alcanzado preeminencia nacional en estos años de crecimiento y transformación acelerados. Pero se trata también de un partido osificado, alejado por supuesto de las masas proletarias o campesinas, pero también de las clases medias emergentes que se han formado gracias a más de veinte años de acelerado crecimiento de la industria y el comercio interior e internacional, y que sigue integrado principalmente por funcionarios, militares y élites profesionales de todo tipo. Deben esperarse, pues, fuertes tensiones políticas tanto en el partido como en la calle.

El gobierno, sin embargo, no da muestras de aflojar su control sobre grupos de derechos humanos y religiosos, especialmente cristianos, que son vistos por el liderazgo como una infiltración de ideas extrañas al credo oficial. Este último consiste básicamente en paz con todos los vecinos, crecimiento interno basado en la exportación gracias a una moneda infravaluada, y todo ello bajo el dogma obsesivo de la estabilidad interna. No todo el mundo está contento con un modelo de desarrollo que es prácticamente capitalista. Un alto mando militar, el general Liuo Yeun, considera que la política socio-económica del gobierno sirve intereses extranjeros y pide un retorno a los viejos principios revolucionarios. No obstante, no parece haber peligro de una involución promovida por los militares.

A menos que...

A menos que el modelo económico entre en crisis. Aunque tal crisis no parece inminente, muchos rasgos del modelo de desarrollo vigente se están poniendo en cuestión. Uno de ellos es el crecimiento incontrolado de la deuda de las autoridades provinciales y locales, todas ellas decididas a dotarse de las mejores infraestructuras, como la ciudad de Wuhan, la novena más grande del país, con planes de infraestructuras por $120.000 millones. Moodys Pekín manifestó, a primeros de julio, la sospecha de que la autoridad superior de cuentas del estado ha minusvalorado los riesgos incurridos por la banca en su apoyo a los planes de los gobiernos locales. Y en España ya sabemos lo que eso significa. Fuentes solventes estiman la deuda local y provincial en $2,2 billones.

A estos riesgos se añade la incertidumbre sobre la calidad de las infraestructuras, como ha puesto de relieve el reciente accidente del TGV chino que ha obligado a una reducción de la velocidad media. Fuentes de información de todo tipo señalan la existencia de un vivo debate en el liderazgo sobre la revisión de los planes de expansión para siete grandes sectores industriales, que iban a constituir el salto a un nuevo modelo de economía industrial, basado en el avance tecnológico.

El gobierno, sin embargo, se siente seguro sobre unas reservas equivalentes a $3 billones, la mitad de ellos en dólares, ayudando así a mantener fuerte la moneda de los Estados Unidos y por tanto la estabilidad del sistema financiero internacional. Esta política de sostenimiento del dólar obedece a un plan maestro que mira al exterior, de mantenimiento de la paz y la estabilidad internacionales a toda costa. China no hace más que dar muestras de tal voluntad, especialmente de cara a los Estados Unidos.

Es algo que el jefe de la junta de jefes de Estado Mayor de este país, almirante Mike Mullen, acaba de reconocer en un artículo en The New York Times, comentando la vista a Washington del jefe del Ejército Popular de Liberación, general Chen Bingde, en mayo, y la suya propia a Pekín a primeros de julio, con muchas discusiones y un poco de "tú me enseñas a mí tus Predators, yo te enseño a ti mis nuevos cazas SU-27 y submarinos". No obstante, no todo son guiños simpáticos entre las dos superpotencias: Estados Unidos está inquieto por la afirmación de derechos exclusivos chinos sobre el mar del Sur de China, en disputa con una serie de naciones litorales de ese mar.

Mucho dependerá de cómo vean las potencias occidentales y las de Asia del Sur algunos signos de afirmación militar china, como la próxima botadura del primer portaviones, la construcción de misiles antinavales (DF-21D), que pueden ser disparados desde tierra y con un alcance suficiente (1.500 km o más) para disuadir a los portaviones norteamericanos de acercarse a las cosas chinas, y el avión Chengdu J-20, de tecnología "sutil" (stealth).

Quizás los intercambios militares en curso, entre China y los Estados Unidos, logren lo que Dei Biggou asegura que fue la convicción mas profunda de Deng Xiaoping: "Si algún día China tratase de ejercer la hegemonía mundial, los pueblos del mundo deberían denunciarlo, oponerse e incluso combatirla. En este punto, la comunidad internacional tiene derecho a vigilarnos". Amén.

Publicado en Capital Madrid.com el 29 de julio 2011

NO BASTARÁ LA PRESIÓN EXTERIOR PARA QUE AL-ASSAD CAIGA


El dictador sirio se encuentra en condiciones favorables para resistir

Antonio Sánchez-Gijón.– Crecen las dudas sobre la posibilidad de que la resistencia popular al régimen baasista de Siria y a su presidente Bashar al-Assad derribe a los dos de una sola tacada. Ni el régimen se está cuarteando ni la oposición parece haber logrado una masa crítica de resistentes, a pesar de la rabia e indignación que muestran heroicamente a diario cientos de miles de personas, representantes de algunos millones de silenciosos opositores.

Sobre los sirios pesa la duda de si la desaparición del régimen no va a traer una división sectaria interna, parecida a la sufrida por Iraq poco después de la caída del régimen de Sadam Hussein, o la que sacudió a Líbano en periodos recientes de su historia. No hace falta que el régimen de al-Assad azuce el miedo a una guerra civil sectaria (que lo hace): los sirios saben que en el país hay potencial para tal desenlace.

Al-Assad se encuentra en condiciones favorables para resistir las presiones del exterior. El régimen no está sólo. Cuenta con el apoyo militar y también financiero, de Irán, cuya Guardia Revolucionaria se juega en Siria la puerta de acceso a sus aliados chiitas de Líbano (Hezbolla) y a los islamistas de Palestina (Hamas). Siria es, para Teherán, una base que cierra el cerco que le tiene puesto a Iraq, para hacer salir a este país de la órbita de los Estados Unidos y ponerlo en la suya, con el apoyo de importantes fuerzas chiitas entre las poblaciones de los países del Golfo.

La presión exterior sobre el régimen está lejos de ser decisiva, como sí lo fue en el caso de Libia. Recordémoslo. El Consejo de Seguridad de la ONU autorizó el 17 de marzo pasado el uso de la fuerza para detener los ataques del coronel Gadafi contra su pueblo, y la ocasión fue tomada por la OTAN para iniciar su campaña aérea contra las fuerzas de Trípoli, al tiempo que los países occidentales declararon uno detrás de otro que Gadafi debía marcharse.

Respecto a Siria, el Consejo de Seguridad emitió el pasado día 3 una declaración (no una resolución) que, aunque "condenaba" el uso de la fuerza contra los civiles por parte de las autoridades, no pidió el uso de ésta contra Siria, limitándose a "llamar" al gobierno a poner en vigor los compromisos que él mismo había contraído, de llevar a cabo reformas. Así, pues, los países occidentales no se sienten legitimados para intervenir de forma hostil en el conflicto interno sirio. Pero no es eso lo que realmente inhibe su acción. Lo decisivo es que Siria no entra en su esfera de interés vital, ya que este país pertenece a otra zona geopolítica perfectamente diferenciada, la de Oriente Medio, con sus problemas, sus mecanismos y sus arreglos diplomáticos propios. De este último punto haremos excepción a Turquía, país que alineado con Occidente participa en la geopolítica de Oriente Medio por contigüidad con varios países de esta zona, y particularmente con Siria.

Pero volviendo a la respuesta de los países occidentales; éstas se han reducido a condenas verbales de las atrocidades cometidas por el ejército sirio, pero no han pronunciado el deseo de que Bashar el-Assad abandone el poder. Los embajadores de las principales potencias siguen en Damasco, aunque algunos de ellos (no nos consta el caso del español) han dado muestras de apoyo a la oposición y han dejado constancia pública de su rechazo a la represión.

La Liga Árabe no condena, sólo deplora

Y es de Oriente Medio de donde han venido las más tibias tomas de posición contra el régimen de Bashar al-Assad. La primera fue una "llamada" de los países del Consejo de Países del Golfo (Arabia Saudí, Kuwait, Bahrein, Catar, Emiratos Árabes Unidos y Oman), emitida el pasado día 6, apelando a "la razón" y pidiendo "la realización de reformas serias y necesarias para proteger los derechos y la dignidad del pueblo (que) respondan a sus aspiraciones". La segunda se produjo el domingo día 7. La Liga Árabe emitió, por boca de su secretario general, Nabil al-Arabí, un comunicado pidiendo "a las autoridades sirias poner fin de inmediato a todos los actos de violencia y a las campañas de seguridad contra los civiles". Pero nada de condenar al régimen. Es más, pocos días antes al-Arabí, de visita en Damasco, apoyó expresamente la estabilidad del régimen al decir que "nadie tiene el derecho de negar la legitimidad a un dirigente porque es el pueblo quien le ha elegido". Eso es precisamente contra lo que se rebelan los sirios, contra alguien que, como al-Assad, heredó el régimen de su padre, y fue "elegido" en su día por un aparato de estado de naturaleza totalitaria.

Así que por el frente árabe el régimen sirio no tiene mucho que temer. Veamos el frente "turco". El martes día 9 viaja a Damasco el ministro de Exteriores de Turquía, Davutoglu. Va respaldado por unas enérgicas palabras del primer ministro Erdogan, que decía el pasado día 7 que a Turquía se le estaba acabando la paciencia, y que enviaba al ministro para "hacer llegar el mensaje de una forma más determinada". Esperemos. Turquía se juega mucho en esta partida. En los ocho años de reconstrucción y desarrollo económico acelerados bajo el liderazgo de Erdogan, Turquía ha mantenido una actitud de "cero problemas con los vecinos", que incluía una postura negacionista respecto del régimen de los ayatolás, pretendiendo que Ánkara no se halla en una competición geopolítica con Irán, lo que contradice la experiencia histórica. El programa político-diplomático diseñado en el libro de Davutoglu "Profundidad estratégica", que trata de restaurar la esfera de interés otomana, y el programa de los Ayatolás, de un orden chiita para Oriente Medio, son incompatibles. Así que la Siria de Assad puede resultar para Turquía una pieza demasiado grande para ser cobrada, especialmente ahora, cuando el primer ministro debe poner a prueba la adhesión de las fuerzas armadas, después del golpe que les dio hace una semana aceptando la dimisión de los cuatro jefes militares superiores.

Así que la cosa está básicamente en manos de los propios sirios, con poco "input" del exterior. Una declaración de veinte ulemas, emitida el primer día del ramadán, trataba de indicar el camino que pueda conducir a una salida: si de un lado rechazaba "la violencia excesiva en Hama y otras provincias de Siria" y atribuía al liderazgo del país la total responsabilidad, de otro reclamaba a estas mismas autoridades "el cumplimiento de los decretos, las leyes y las decisiones, ya publicadas, y en particular liberar sin retardo al conjunto de los detenidos de opinión".

La hoja de parra con que se cubre el gobierno es la decisión, de hace pocas semanas, que suprime el monopolio político del partido Baas, y la reforma de la ley electoral, medidas oficialmente adoptadas ya, y la celebración de las elecciones anunciadas el día 6 por el ministro de Exteriores, Walid al-Mouallen.

En resumen, el contexto internacional no ofrece por sí mismo la oportunidad de un desenlace, como sí ocurrió en Libia. En el interior, las cosas están en punto muerto. La dinámica de la rebelión popular parece ahora aconsejar poner a prueba las promesas de un gobierno mendaz. Quizás todo se consiga, no de una tacada, sino de dos: primero imponer una reforma política real, que liquide el régimen de monopolio del poder, y luego la lucha por el poder mismo bajo garantías formalmente democráticas.

Publicado en Capital Madrid el 8 de agosto 2011

PUTIN JUEGA A LAS PRIVATIZACIONES Y MEDVEDEV A LOS PARQUES TECNOLÓGICOS



Rusia camina hacia una modernización de su estructura productiva

Antonio Sánchez-Gijón.– Rusia está a punto de meterse en un vigoroso plan de privatizaciones de empresas: se calcula que serán unas cinco mil, entre otras las 20 o 22 más grandes. Es lo que acaba de proponer el jefe del gobierno, Vladimir Putin, al presidente de la república, Dimitry Medvedev, según informa el servicio Stratfor.

El hecho tiene también un significado político: Medveded y Putin, que se supone son dos contendientes para las elecciones presidenciales del 2012 (aunque ninguno de los dos se ha postulado aún) parecen estar "en la misma onda" en cuanto a la necesidad de modernizar las oxidadas estructuras empresariales de Rusia.

Mientras el presidente es conocido por sus fuertes pronunciamientos a favor de la creación de una cultura empresarial y de la innovación, Putin era visto como el guardián de los intereses corporativos de la burocracia oficial y de los servicios secretos, que controlan o pueden controlar sin freno legal cada rincón de la vida empresarial de Rusia.

Es Medvedev quien presenta un historial de "modernizador" más creíble, siquiera sea por el hecho de que el de Putin está seriamente deteriorado: tan pronto como llegó a la presidencia de Rusia en el 2000, emprendió una feroz campaña para expulsar las compañías extranjeras que se habían hecho con las más valiosas empresas públicas privatizadas durante el caótico periodo presidencial de Boris Yeltsin, para acabar poniéndolas en manos de la burocracia estatal y los servicios secretos. En 2006 emprendió una tímida campaña de privatizaciones totales o parciales: 1.500 salieron a subasta bajo condiciones muy restrictivas, por lo que sólo unas 500 fueron enajenadas.

Estas experiencias pusieron de manifiesto a los ojos del mundo entero que en Rusia faltaban las condiciones institucionales y legales para la libre empresa, así como la escasa o nula cultura empresarial de sus élites científicas, tecnológicas e industriales. Estos graves déficits explicaban el retraso de Rusia con respecto a numerosos países emergentes que han prosperado en los últimos años, y su descenso a la condición de país "en desarrollo" especializado en la exportación de materias primas.

Por contra, Medvedev ha comprometido mucho capital político en un modelo concreto de modernización empresarial, abierto a la libre iniciativa, vocado a la innovación y con un fuerte apelativo a los jóvenes emprendedores y titulados universitarios, que hoy se ven forzados a la emigración (1.250.000 en los últimos tres años). Lo que propone Medvedev se resume en su proyecto de Ciudad de la Innovación de Skolkovo, un lugar cerca de Moscú, y que ya ha salido a la escena internacional con un abierto respaldo de la administración Obama.



La Fundación Skolkovo y Silicon Valley

A primeros de marzo pasado, el vicepresidente de los Estados Unidos, Joe Biden, en misión oficial en Moscú, visitó el lugar de Skolkovo, que de momento es poco más que un descampado. Días después (22-23 de marzo) se celebró en Menlo Park, junto a la Universidad de Stanford, el Simposio ruso-americano "Rusia como Cuna de la Innovación", patrocinado por el "quién es quién" de Silicon Valley (IBM, Intel, Microsoft, Google, Boeing, etc.), y que fue organizado por la Skolkovo Foundation, entidad rusa de interés público instituida en Moscú en mayo del 2010, por la Academia de Rusa de Ciencias y otras instituciones, con el título de Fundación para el Desarrollo del Centro de Investigación y Comercialización de las Nuevas Tecnologías.

Empresas europeas como Nokia, Alstom y EADS se han unido o interesado por el proyecto. Son ya cuarenta las grandes corporaciones industriales y tecnológicas participantes de una forma o de otra. Cisco invertirá $1.000 millones en hacer de Skolkovo la primera "ciudad conectada inteligentemente de Rusia". Hasta cierto punto, la iniciativa de Skolkovo viene propiciada por el hecho de que en Silicon Valley se estima que trabajan o estudian 40.000 graduados o emprendedores rusos.

Parece, pues, claro que hay un designio estratégico de los Estados Unidos en propiciar el desarrollo de la libre empresa en Rusia. Y hay también un cálculo estratégico de Medvedev en todo esto: contar con al apoyo de los Estados Unidos para la realización de sus aspiraciones presidenciales del 2012. El presidente Obama le sigue el juego: en una entrevista para la TV de Moscú a primeros de agosto, tuvo palabras muy elogiosas para el presidente ruso.

Es evidente que Putin y Medvedev han hecho que el lanzamiento de Skolkovo y el plan de privatizaciones coincidan, pero cada uno por razón de sus aspiraciones presidenciales; con la mira puesta en que no se repitan las lamentables privatizaciones anteriores, y que Rusia se abra a la modernidad tecnológica. Intentarlo de ese modo, desde un impulso decisivo desde la cima del poder, ha sido algo habitual en la historia rusa. No otra cosa hizo Pedro el Grande a principios del siglo XVIII, así como los zares que le sucedieron, que confiaron a científicos, ingenieros y empresarios europeos los recursos necesarios para hacer avanzar la atrasada sociedad rusa. Esta modernización, por el hecho de ser forzada desde el poder, no llegó realmente nunca a "europeizar" la sociedad rusa. También falta ver la tenacidad y resistencia de los que promuevan las nuevas empresas alentadas por Skolkovo, a la vista de la experiencia de Silicon Valley, donde sólo un 10% de los intentos es viable, y el 90% ha perdido su "venture capital".

Debajo de iniciativas como la de Skolkovo parece latir una angustia estratégica de Rusia, incapaz de mantenerse en la liga de "los grandes", y con inmensos territorios orientales expuestos a la presión demográfica y económica de China, y comercial de otros muchos países. Por Siberia salen materias primas y por Siberia entran productos acabados de Oriente. El único mercado significativo de Rusia en Asia es el armamento que le vende a la India y Corea del Norte. La agenda diplomática con los Estados Unidos sólo gira en torno a problemas residuales de la guerra fría, como el control del armamento nuclear, o cuestiones de seguridad, como el escudo antimisiles occidental al que Rusia se ha opuesto tenazmente.

En la agenda de seguridad, Medvedev y Putin han empezado a seguir caminos opuestos. Putin se opuso desde el principio a la operación de la OTAN contra Gadafi; Medvedev, sin embargo, aprobó implícitamente la operación firmando el 27 de mayo el comunicado del G-8, en su reunión de Deauville, que declara que "Gadafi ha perdido toda legitimidad".

La opinión rusa independiente se inclina mayoritariamente a creer que la batalla por la presidencia la tiene ganada Putin, que tiene todos los hilos del poder en sus manos. Las bazas de Medvedev, sin embargo, cuentan con el apoyo de amplias élites rusas y un mayor respaldo internacional. Todo puede depender, sin embargo, de que el mensaje entrañado en Skolkovo encandile y convenza a la sociedad rusa. Pero primero Skolkovo tiene que prosperar.

Publicado en Capital Madrid.com el 5 de agosto 2011