martes, 9 de agosto de 2011

NO BASTARÁ LA PRESIÓN EXTERIOR PARA QUE AL-ASSAD CAIGA


El dictador sirio se encuentra en condiciones favorables para resistir

Antonio Sánchez-Gijón.– Crecen las dudas sobre la posibilidad de que la resistencia popular al régimen baasista de Siria y a su presidente Bashar al-Assad derribe a los dos de una sola tacada. Ni el régimen se está cuarteando ni la oposición parece haber logrado una masa crítica de resistentes, a pesar de la rabia e indignación que muestran heroicamente a diario cientos de miles de personas, representantes de algunos millones de silenciosos opositores.

Sobre los sirios pesa la duda de si la desaparición del régimen no va a traer una división sectaria interna, parecida a la sufrida por Iraq poco después de la caída del régimen de Sadam Hussein, o la que sacudió a Líbano en periodos recientes de su historia. No hace falta que el régimen de al-Assad azuce el miedo a una guerra civil sectaria (que lo hace): los sirios saben que en el país hay potencial para tal desenlace.

Al-Assad se encuentra en condiciones favorables para resistir las presiones del exterior. El régimen no está sólo. Cuenta con el apoyo militar y también financiero, de Irán, cuya Guardia Revolucionaria se juega en Siria la puerta de acceso a sus aliados chiitas de Líbano (Hezbolla) y a los islamistas de Palestina (Hamas). Siria es, para Teherán, una base que cierra el cerco que le tiene puesto a Iraq, para hacer salir a este país de la órbita de los Estados Unidos y ponerlo en la suya, con el apoyo de importantes fuerzas chiitas entre las poblaciones de los países del Golfo.

La presión exterior sobre el régimen está lejos de ser decisiva, como sí lo fue en el caso de Libia. Recordémoslo. El Consejo de Seguridad de la ONU autorizó el 17 de marzo pasado el uso de la fuerza para detener los ataques del coronel Gadafi contra su pueblo, y la ocasión fue tomada por la OTAN para iniciar su campaña aérea contra las fuerzas de Trípoli, al tiempo que los países occidentales declararon uno detrás de otro que Gadafi debía marcharse.

Respecto a Siria, el Consejo de Seguridad emitió el pasado día 3 una declaración (no una resolución) que, aunque "condenaba" el uso de la fuerza contra los civiles por parte de las autoridades, no pidió el uso de ésta contra Siria, limitándose a "llamar" al gobierno a poner en vigor los compromisos que él mismo había contraído, de llevar a cabo reformas. Así, pues, los países occidentales no se sienten legitimados para intervenir de forma hostil en el conflicto interno sirio. Pero no es eso lo que realmente inhibe su acción. Lo decisivo es que Siria no entra en su esfera de interés vital, ya que este país pertenece a otra zona geopolítica perfectamente diferenciada, la de Oriente Medio, con sus problemas, sus mecanismos y sus arreglos diplomáticos propios. De este último punto haremos excepción a Turquía, país que alineado con Occidente participa en la geopolítica de Oriente Medio por contigüidad con varios países de esta zona, y particularmente con Siria.

Pero volviendo a la respuesta de los países occidentales; éstas se han reducido a condenas verbales de las atrocidades cometidas por el ejército sirio, pero no han pronunciado el deseo de que Bashar el-Assad abandone el poder. Los embajadores de las principales potencias siguen en Damasco, aunque algunos de ellos (no nos consta el caso del español) han dado muestras de apoyo a la oposición y han dejado constancia pública de su rechazo a la represión.

La Liga Árabe no condena, sólo deplora

Y es de Oriente Medio de donde han venido las más tibias tomas de posición contra el régimen de Bashar al-Assad. La primera fue una "llamada" de los países del Consejo de Países del Golfo (Arabia Saudí, Kuwait, Bahrein, Catar, Emiratos Árabes Unidos y Oman), emitida el pasado día 6, apelando a "la razón" y pidiendo "la realización de reformas serias y necesarias para proteger los derechos y la dignidad del pueblo (que) respondan a sus aspiraciones". La segunda se produjo el domingo día 7. La Liga Árabe emitió, por boca de su secretario general, Nabil al-Arabí, un comunicado pidiendo "a las autoridades sirias poner fin de inmediato a todos los actos de violencia y a las campañas de seguridad contra los civiles". Pero nada de condenar al régimen. Es más, pocos días antes al-Arabí, de visita en Damasco, apoyó expresamente la estabilidad del régimen al decir que "nadie tiene el derecho de negar la legitimidad a un dirigente porque es el pueblo quien le ha elegido". Eso es precisamente contra lo que se rebelan los sirios, contra alguien que, como al-Assad, heredó el régimen de su padre, y fue "elegido" en su día por un aparato de estado de naturaleza totalitaria.

Así que por el frente árabe el régimen sirio no tiene mucho que temer. Veamos el frente "turco". El martes día 9 viaja a Damasco el ministro de Exteriores de Turquía, Davutoglu. Va respaldado por unas enérgicas palabras del primer ministro Erdogan, que decía el pasado día 7 que a Turquía se le estaba acabando la paciencia, y que enviaba al ministro para "hacer llegar el mensaje de una forma más determinada". Esperemos. Turquía se juega mucho en esta partida. En los ocho años de reconstrucción y desarrollo económico acelerados bajo el liderazgo de Erdogan, Turquía ha mantenido una actitud de "cero problemas con los vecinos", que incluía una postura negacionista respecto del régimen de los ayatolás, pretendiendo que Ánkara no se halla en una competición geopolítica con Irán, lo que contradice la experiencia histórica. El programa político-diplomático diseñado en el libro de Davutoglu "Profundidad estratégica", que trata de restaurar la esfera de interés otomana, y el programa de los Ayatolás, de un orden chiita para Oriente Medio, son incompatibles. Así que la Siria de Assad puede resultar para Turquía una pieza demasiado grande para ser cobrada, especialmente ahora, cuando el primer ministro debe poner a prueba la adhesión de las fuerzas armadas, después del golpe que les dio hace una semana aceptando la dimisión de los cuatro jefes militares superiores.

Así que la cosa está básicamente en manos de los propios sirios, con poco "input" del exterior. Una declaración de veinte ulemas, emitida el primer día del ramadán, trataba de indicar el camino que pueda conducir a una salida: si de un lado rechazaba "la violencia excesiva en Hama y otras provincias de Siria" y atribuía al liderazgo del país la total responsabilidad, de otro reclamaba a estas mismas autoridades "el cumplimiento de los decretos, las leyes y las decisiones, ya publicadas, y en particular liberar sin retardo al conjunto de los detenidos de opinión".

La hoja de parra con que se cubre el gobierno es la decisión, de hace pocas semanas, que suprime el monopolio político del partido Baas, y la reforma de la ley electoral, medidas oficialmente adoptadas ya, y la celebración de las elecciones anunciadas el día 6 por el ministro de Exteriores, Walid al-Mouallen.

En resumen, el contexto internacional no ofrece por sí mismo la oportunidad de un desenlace, como sí ocurrió en Libia. En el interior, las cosas están en punto muerto. La dinámica de la rebelión popular parece ahora aconsejar poner a prueba las promesas de un gobierno mendaz. Quizás todo se consiga, no de una tacada, sino de dos: primero imponer una reforma política real, que liquide el régimen de monopolio del poder, y luego la lucha por el poder mismo bajo garantías formalmente democráticas.

Publicado en Capital Madrid el 8 de agosto 2011

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