martes, 26 de julio de 2011

El terrorismo siempre señala a un problema de fondo

Publicado el lunes 25 de julio de 2011

GEOESTRATEGIA

A propósito de lo de Noruega

El terrorismo señala siempre a un problema de fondo

Antonio Sánchez-Gijón.– Los asesinatos de Oslo y de la isla de Utava nos traen a las mientes un cierto número de atentados en los que en su día perdió la vida un número "espectacular" de víctimas, al objeto de impulsar un fin político. Este fin no es otro que poner en el centro de la agenda política de un país una determinada cuestión, un conflicto, una exigencia. El acto de terror debe llamar poderosamente la atención, a la manera de un espectáculo pirotécnico, del que nadie pueda apartar los ojos. Después de las cenizas y el silencio queda flotando en el aire el ¿por qué? Y se empieza a comprender: se trata de una amenaza existencial, que se consumará si no hacemos esto o lo otro. No es sólo un mensaje colectivo, también está dirigido a cada individuo. Al recibirlo, nos pasa lo que el famoso Doctor Samuel Johnson decía que le pasa al condenado cuando lo llevan a la horca: que su mente se concentra maravillosamente.

El ejemplo más obvio de lo que digo es el ataque del 11-S en Nueva York y Washington. En esa ocasión el mensaje era: los Estados Unidos y otras potencias occidentales deben abandonar las tierras del Islam, o si no desencadenaremos la yihad que con estos atentados anunciamos. De Anders Behring, el autor de la matanza de Noruega, se ha dicho que es el Ben Laden cristiano y europeo. Es probable.

El manifiesto que dio a conocer poco antes de cometer el crimen (titulado misteriosamente "2083: Una declaración Europea de Independencia") es prácticamente una convocatoria a la cruzada contra el Islam. Al igual que Ben Laden llamaba a la restauración de la moral tradicional en las sociedades musulmanas, Behring llama a la recuperación de una Europa europea, y por tanto ésta debe luchar contra el multiculturalismo y la ideología que la domina, que él resume bajo el nombre de "corrección política", en la que engloba el marxismo, el relativismo cultural disfrazado de humanismo y el antinacionalismo. Esa es la ideología dominante entre las élites europeas, dice Behring; el 95% de los parlamentarios y el 90% de los periodistas la abrazan. El multiculturalismo y la colonización europea por los musulmanes equivalen a un "suicidio nacional/cultural" de Europa. Si las cosas siguen así, la Europa cristiana desaparecerá en un periodo de entre dos y siete decenios de islamización creciente, nos asegura. La elección de la juventud socialista y del gobierno del partido laborista noruego, como blancos de su ira, quiere apuntar de modo indubitable a los "responsables" de ese estado de cosas en su país, y lo hace con la misma acuidad con que Osama Ben Laden apuntaba al "capitalismo judaico" de las Torres Gemelas y al "imperialismo opresor" del Pentágono.

Se ha sacado a colación también el paralelo entre lo de Noruega y el ataque contra el Alfred P. Murrah Building (el edificio federal de Oklahoma City), por Timothy McVeigh en 1995, que causó unos 190 muertos. El principal motivo alegado por McVeigh para explicarlo era mucho más restringido que lo alegado por Behring: una venganza contra el Federal Bureau of Investigation (FBI) por sus dos sangrientas intervenciones contra organizaciones sectarias, llevadas a cabo con gran derramamiento de sangre dos años antes. También hizo vagas alegaciones sobre la ilegalidad de la intervención de los Estados Unidos en la primera guerra del Golfo contra Iraq, y sobre los abusos y excesos del gobierno federal contra las libertades. El paralelo entre Noruega y Oklahoma no está justificado: mientras Behring se arroga el derecho de hablar en nombre de toda una civilización y un continente, lo de Mc.Veigh parece más bien una enmienda a la interpretación que el gobierno federal de los Estados Unidos ha hecho de su constitución.

La tercera comparación nos atañe más directamente: se trata del acto terrorista contra España y los españoles del 11-M del 2004. Aquí el mensaje fue "salid inmediatamente de Iraq". La exigencia fue satisfecha a gusto del demandante, y la respuesta política fue tender una cortina de multiculturalismo de urgencia, como queriendo mostrar a los terroristas y sus patrocinadores cuán poco razonables habían sido empleando esos métodos brutales, cuando el mismo fin lo podían haber logrado imaginando con el nuevo gobierno una Alianza de Civilizaciones.

La principal habilidad de los terroristas es señalar con claridad unos móviles del acto que todo el mundo pueda comprender. Y se comprenden fácilmente porque el problema al que señala el terrorista suele ser percibido ya como problema real por los interesados. Grandes masas árabes y musulmanas están luchando contra Occidente en Iraq, Afganistán, Pakistán, Somalia, etc. porque para ellos Occidente es un peligro y una amenaza contra su tipo de vida tradicional, mientras que para nosotros, que estamos inmersos en un mundo cosmopolita y abierto, sus prácticas político-sociales arcaicas e inmovilistas son incompatibles con la modernidad. Y por ser incompatibles estos dos modos de vida, el choque es inevitable, y si no se produce en Afganistán, será en Yemen, o en Libia, o en Pakistán, o en Somalia..., o en Occidente, porque difícilmente dos modelos vida tan antagónicos, abrazados cada uno de ellos por tantos centenares de millones de personas, pueden convivir pacíficamente en un mismo espacio globalizado sin pisarse los callos.

El mismo problema señalado por el atentado de McVeigh, si le quitamos la paranoia antifederal que caracterizaba su ideología, es el eterno de la soberanía del individuo frente a la soberanía del estado. Problema vivísimo en estos tiempos, en los Estados Unidos, y latente bajo el movimiento del Tea Party y la deriva un tanto montaraz de sectores del partido republicano ante el alegado progresismo del presidente Obama.

En cuanto a España, compartimos con el resto de Europa una misma problemática: la integración de una gran población procedente de otra cultura, con la que hasta ahora se ha mantenido una convivencia, a veces tensa, aunque básicamente pacífica, pero que se desenvuelve bajo los presupuestos político-sociales de la multiculturalidad. No importa lo que diga a este respecto el Sr. Behring; él es sólo la respuesta demente a un problema que ha entrado ya en la agenda política de numerosos países europeos, con su deriva hacia la derecha extrema y el nacionalismo identitario. Esto último, por cierto, se vive en España de modo paradójico, ya que el nacionalismo identitario que padecemos, con su beligerancia más o menos violenta, se dirige contra la gran masa de población española con la que esos nacionalistas comparten cultura y civilización. Imagínense el potencial de conflicto que hay entre pueblos de distinta cultura y civilización, que ocupan un mismo espacio geográfico y social. En Francia, en Holanda, en Italia y hasta en Alemania hay cada vez más gente que no sólo pide que se gestione más determinadamente la convivencia entre los autóctonos y los llegados de fuera, sino que se ponga freno al modelo de sociedad multicultural.

Estos fenómenos de transformación civilizacional (perdonen el palabro) van siempre acompañados de un miedo al "otro"; un miedo sordo e inconfeso casi siempre. Hay condiciones objetivas de la geopolítica y la demografía europea que alimentan ese miedo. En Europa, y de modo muy agudo en España, asistimos a una depresión demográfica acelerada, simultánea con un auge en los países vecinos del Sur. Y no sólo del Sur habitual, el Magreb, con el que nos conllevamos razonablemente, sino del Sur profundo, el África Subsahariana, sumida en el atraso y en las guerras civiles, y que cada verano arroja a las playas de Europa millares de hombres, mujeres y niños de los que no sabemos por qué vienen, porque, aquí, en Europa o no hay trabajo para nadie, como en España, o no hay trabajo para ellos, como en Francia, Alemania, Italia, etc., etc.

La deriva hacia la xenofobia que se observa en algunas capas de los pueblos europeos es preocupante. También lo es, sin embargo, que los gobiernos pasen por alto, o ignoren, la fuente del malestar.

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