viernes, 8 de julio de 2011

Las revoluciones árabes a la luz de Brinton y Aristóteles

Publicado el martes 5 de julio de 2011



Las revoluciones árabes a la luz de Brinton y Aristóteles

No es descartable un final con violencia extrema


Antonio Sánchez-Gijón.– Crane Brinton, en su "Anatomía de la revolución", describe los caracteres comunes con que irrumpieron las cuatro revoluciones que él estudia en su libro (la inglesa contra los Estuardos, la americana de independencia, la francesa contra l'Ancien Régime y la bolchevique). Tales caracteres son, sumariamente los siguientes: quiebra financiera, organización de los descontentos, demandas al gobierno, discusión en el gobierno sobre si las concesiones a esas demandas constituirían la abdicación de su autoridad, intento de empleo de la fuerza por el gobierno, fracaso de ésta porque soldados y policías desertan hacia los rebeldes y, por último, asalto al poder por los revolucionarios. Pero eso no es sino el comienzo de la revolución, lo que Brinton llama sus "pródromos", el malestar que precede a la enfermedad. Una enfermedad que, en los cuatro casos estudiados por Brinton, fueron de extremada violencia.

Según este diagnóstico, los casos de Túnez y Egipto no serían propiamente revoluciones, porque los soldados no se pasaron a los revolucionarios, sino que dejaron caer a los gobernantes; tampoco los revolucionarios se habían propuesto asaltar el poder, sino derribar los respectivos tiranos. En cierto modo no eran revolucionarios, sino electores que votaron airadamente contra Ben Alí y Mubarak. Y estaban airados, entre otras cosas porque, como dice Aristóteles en el estudio que hace en su "Política" sobre las revoluciones griegas, "la injusticia, el miedo, el desprecio han sido casi siempre causa de las conspiraciones de los súbditos contra los monarcas", y añade significativamente para nuestro caso: "Sin embargo, la injusticia las ha causado con menos frecuencia que el insulto". Recuérdese cómo toda la revolución árabe se desencadenó en Túnez, como en un "efecto mariposa", cuando un pobre muchacho que se ganaba la vida con la venta ambulante no autorizada, fue insultado y vio destruido su medio de vida por un policía, allá a finales del 2010.

En el caso de Túnez no podemos descartar un cierto factor sentimental, de simpatía popular con el ofendido, como imagen de la humillación que los tunecinos sintieron una vez, o muchas, a lo largo de sus vidas bajo Ban Alí. Falta por ver si en Egipto la fase "sentimental" de la revolución pasará a los grandes desafíos al régimen establecido, todavía intocado en lo sustancial, porque la revolución parece haber perdido foco y dinámica tan pronto como cayó el autor de las humillaciones, el presidente Mubarak.

Los casos más avanzados de revolución son los de Libia y Yemen. Aquí gran parte de los dos pueblos no sólo han "votado" al declararse desafectos, sino que se han alzado contra los respectivos gobiernos, e intentan en estos momentos un asalto al poder, con el apoyo más o menos cuantioso de los soldados que abandonan de modo creciente los respectivos regímenes.

Siria, caso particular

Sócrates hablaba de las revoluciones de su tiempo (nos cuenta Aristóteles en su "Política") como si cada una de ellas fuese única en su género,. Desde luego, la que menos se parece a las otras revoluciones que sacuden el mundo árabe es la siria. En efecto, aunque las exigencias de los desafectos sirios, como en los casos de Túnez y Egipto, incluyen la caída del tirano, a diferencia de estos dos casos es muy dudoso que los sirios puedan conseguir que el ejército, como un acto reflejo de su instinto de conservación, se vuelva contra el presidente al-Assad y su clan, como prescribe la fórmula de Brinton.

La minoría alauita (la del presidente y su familia) detenta el mando y control de las fuerzas armadas. Sin ese mando y control la minoría alauita volvería a convertirse en una minoría oprimida, que es lo que fue siempre hasta el triunfo de la revolución baasista en 1970. Aunque la mayoría de los soldados son sunnitas, las unidades militares que cuentan por su armamento, disciplina y organización son las formadas y/o mandadas por alauitas.

El presidente al-Assad, sin embargo, no puede confiar en que el grueso del ejército se mantenga siempre fiel. En caso de división, cada facción militar lucharía por la supremacía de su conglomerado étnico, lo que degeneraría en guerra civil. Cualquiera que fuese el resultado de esa hipotética lucha, no es seguro que la parte vencedora abrazase la causa de los desafectos, que por sus declaraciones parecen inclinarse por un régimen democrático. Siria tiene un largo historial de luchas militares intestinas, que nunca se resolvieron a favor de la democracia. Es lo que Aristóteles había observado en muchas revoluciones de su tiempo: "uno que es inferior se subleva para obtener la igualdad; y una vez obtenida, se subleva para dominar. Tal es en general la disposición de espíritu de los ciudadanos que inician las revoluciones". Es decir, en su día los alauitas se sublevaron para liberarse y luego impusieron su tiranía.

La fase violenta de las revoluciones decisivas

Si hoy día triunfan los rebeldes sirios (o para el caso los libios y los yemeníes), ¿harán como temía Aristóteles? ¿Tratarán de imponer su tiranía? Aristóteles y Brinton escribieron, desde su experiencia de hombres perfectamente compenetrados con los principios y prácticas de la democracia, sobre sociedades que poseían al menos los presupuestos morales y culturales sobre los que fue posible construir, después de sus revoluciones, sistemas democráticos (Rusia es la excepción parcial a la regla). Apenas podemos decir lo mismo de las sociedades árabes.

No es que haya una condición genética de la raza árabe que la incapacite para asimilar la democracia, sino que los fundamentos morales y culturales sobre los que se construyeron las democracias conocidas, no se han desarrollado sino de forma precaria y limitada en sus sociedades. Los recursos morales y culturales sobre el que conviven bien o mal las sociedades árabes tienen su fuente en el Islam y el derecho derivado del Corán, mediados por su tenaz particularización tribal o sectaria, menos acusada quizás en Túnez y Egipto, y absolutamente determinante en Libia, Siria, Iraq, Yemen, Bahrein, Arabia Saudí, etc.

Todo lo dicho hasta ahora no quiere decir que no debemos esperar que las revoluciones árabes desemboquen en sistemas de gobierno democráticos. No. Lo que se quiere decir es que si, efectivamente, esperamos y deseamos que se instaure en esos países la democracia, debemos tener en cuenta que sólo será posible cuando de los "pródromos" que parecen anunciar la revolución, pasen los pueblos árabes a la cosa en sí, a la revolución en su significado absoluto, de otro sistema de valores, de otras formas de gobierno, de otra correlación de fuerzas.

Todo lo cual sólo fue posible, en los cuatro casos estudiados por Brinton, después de pasar por diversas pruebas de una violencia extrema, para a la postre transformar el mundo. Así que si abrigamos la esperanza de que los pueblos árabes lleguen a convivir en paz y democracia, debemos mostrarnos dispuestos a sufrir las consecuencias que, dentro de un proceso transformador probablemente violento, nos puedan tocar.

Antonio Sánchez-Gijón es analista de asuntos internacionales.

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