viernes, 22 de julio de 2011

ES PRECISO PRESCRIBIR LA DOSIS CORRECTA “DE ALEMANIA”

Publicado en Capital Madrid.com el 22 de julio del 2011

ES PRECISO PRESCRIBIR LA DOSIS CORRECTA “DE ALEMANIA”
Antonio Sánchez-Gijón.- Una vez más Alemania está en el corazón del malestar europeo. Esta vez, sin embargo, no estamos seguros de que sea Europa quien tiene derecho a culpar a Alemania de ese malestar, o si es Alemania la que está cargada de razones para sentirse mal con gran parte de sus socios de la construcción europea, y especialmente con los socios del Sur. Si miramos la cuestión desde el marasmo político-económico de España y de Italia, o desde la crisis social y moral de Grecia, comprenderemos el malestar de Alemania. Si miramos la cuestión desde la perspectiva del proyecto de unidad de Europa, de la convergencia de sus diferentes sociedades nacionales y la armonización de sus prácticas de gobierno, tenemos algunas razones para atribuir algo de la culpa a Alemania.

La incomprensión mutua surge de un equívoco: el de pensar que Alemania y gran parte de sus socios europeos van a poder seguir siendo entidades de la misma naturaleza político-económica. Me explico. De un lado tenemos la casi totalidad de los países europeos que se identifican con el ideal y la cultura del estado-nación, y de otro el ideal y la cultura del estado mercantil-industrial como nuevo estadio de desarrollo de la civilización occidental, que parece estar tomando forma en Alemania, Esto ya lo veía venir el filósofo político norteamericano Philip Bobbitt, en su libro “El escudo de Aquiles”, aunque no sospechaba que el primer “market state” no iban a ser los Estados Unidos, o Singapur, o Corea del Sur, o cualquier “tigre” del zoológico internacional, sino (probablemente) Alemania.

Esta evolución se ha ido dando por sus pasos contados, que mediremos aproximadamente en decenios. Primero tuvimos los tres de reconstrucción tras la II guerra mundial, con una Alemania constituida en potencia puramente civil, tutelada estratégicamente por los Estados Unidos; siguieron los años 70 y primeros 80 del canciller Schmidt, ejemplar aliado de la OTAN, autor de una apertura al Este que acabaría corroyendo los fundamentos de los regímenes comunistas; siguieron los 80 y 90 de Helmut Kohl, el europeísta modelo (tratado de Maastricht) y unificador de las dos Alemanias. En esos largos años todo era multilateralismo y cooperación internacional. Y llegó el decenio del giro, el de Alemania centrada en Alemania: año 2002, entra a gobernar el socialdemócrata Schröder, y le sigue en 2005 la demo-cristiana Angela Merkel. El primero se abre a Rusia, se aleja de los Estados Unidos (oposición a la intervención en Iraq) pero no demasiado (participación en la coalición internacional para Afganistán), aunque aún sigue fuertemente anclado a Europa, con su adhesión a la Unión Económica y Monetaria y la creación del euro.

Cuando llega Merkel en 2005 Europa ya ha llevado a cabo todas sus ambiciones institucionales posibles. Aún asiste Merkel a la aprobación del tratado de Lisboa, sucedáneo realista de la ilusoria y fallida Constitución Europea. Ante Lisboa, Alemania reacciona de forma novedosa, impensable hasta entonces: el Tribunal Constitucional alemán establece excepciones nacionales a algunos de sus preceptos. La conexión estratégica con la OTAN y los Estados Unidos se hace más frágil: el que sería ministro de Asuntos de Exteriores de Merkel, Guido Westerwelle, pide la retirada unilateral de las armas estratégicas (norteamericanas, claro) instaladas en Europa. Luego la canciller se niega a participar en la operación de Libia. Merkel abre una política activa con Rusia, piensa en la energía, en el gas que le permitirá cerrar las centrales nucleares. El gasoducto Streamline Rusia-Alemania está a punto de inaugurarse. Piensa también en una Rusia inundada de petro-dólares pero ahogada por infraestructuras de tercer mundo y una planta industrial oxidada. Es la hora de la seguridad energética, ya no la estratégica de Alemania, también es la hora de los negocios, de los grandes mercados extraeuropeos. En junio visitó Alemania el primer ministro chino Wen Jiabao, con 13 ministros y 300 empresarios, en julio el presidente Medvedev llevó consigo, a la reunión anual de consulta germano-rusa una comitiva empresarial. Es lo mismo que hace la Merkel siempre que viaja a esos grandes países-clientes: se hace acompañar de un nutrido grupo de empresarios. Que le soplan al oído lo que más les conviene. El crecimiento de Alemania está siendo conducido por las exportaciones, mientras el comercio con la zona euro desciende en términos relativos (43% en 2008, 41% en 2010) y aumenta el comercio con Asia (del 12% del total exportado en 2008 al 16% en 2010). El gran objetivo es el mercado chino, que necesita subir un grado más la calidad de su planta industrial y por tanto le hace falta la máquina herramienta y los vehículos alemanes. Comerciar con Rusia y China, sin embargo, supone tener que aceptar prácticas mercantilistas por exigencias de sus gobiernos, lo que a su vez, como reflejo condicionado, puede introducir hábitos mercantilistas en el propio gobierno alemán

Hasta qué punto las nuevas perspectivas del “estado mercantil” alemán están condicionando la recuperación de la crisis económica está por ver. Los observadores alemanes parecen de acuerdo en que la canciller no tiene un gran proyecto europeo, a diferencia de su mentor Kohl. La defensa a ultranza de la estabilidad monetaria es buena para Alemania, y puede serlo para el conjunto de Europa pero no tan buena para los países más lastrados por la crisis.

Como una muestra más de que la Alemania de Merkel se aparta de modo significativo de sus caminos habituales debemos mencionar su reforma de las fuerzas armadas. De hecho, esa reforma supone una modernización a la que le había llegado la hora hace ya muchos años. La Bundeswehr era un modelo extraño de fuerzas armadas, algo así como una dependencia administrativa del gobierno, con un inspector general en el lugar donde debía estar un jefe de estado mayor, y unos ejércitos como ramas del ministerio de Defensa. El aspecto más novedoso de la reforma es la eliminación del servicio militar obligatorio, desde este mes de julio. Alemania era el último de los grandes países occidentales que lo mantenía. Sus fuerzas se reducen de 240.000 efectivos a 180.000. Se retira la mitad del personal militar empleado en el ministerio y se lo devuelve a los ejércitos. De acuerdo con la transformación del escenario estratégico mundial (ninguna gran potencia es percibida como amenaza creíble en estos momentos), se producirá una reducción drástica del armamento: un ala de combate del avión Eurofighter menos, cien aviones Tornado menos, 13 transportes gigantes A400M, y probablemente tres fragatas menos, y no más de cuatro submarinos, etc. Y un ahorro en el presupuesto de defensa, de 8.400 millones/euros entre 2010-2014.

Todas estas transformaciones son la envidia de Europa, sobre todo la del Sur. En 2009 escribí en “Nueva Revista” (último número de ese año) que quizás el malestar existencial de Europa podía curarse con “más Alemania”. El problema está en administrarnos (o que nos administren) la dosis correcta. El exceso puede matar; el defecto nos deja postrados.



Antonio Sánchez-Gijón es analista de asuntos internacionales

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